Cuando los soviéticos admitieron que el socialismo no sirve: NEP de Lenin
Cuando Vladimir Lenin aplicó la Nueva Política Económica en 1921 dejó ver uno de los tantos ejemplos de que, eventualmente, los socialistas desmantelan su sistema cuando la miseria toca la puerta.

Hace un siglo, la nave nodriza del socialismo, la Unión Soviética, se tambaleaba al borde del abismo. Los polacos acababan de vencer las esperanzas del dictador Vladimir Lenin de barrer con Europa. Bajo el garrote de la planificación central marxista, la economía se redujo a una tercera parte de sus dimensiones anteriores a la guerra. El país estaba hirviendo de descontento. La insurrección parecía inminente. De hecho, marzo de 1921 abrió con los hambrientos soldados y marineros soviéticos organizando la rebelión de Kronstadt contra el régimen bolchevique. ¿Cuál fue el remedio de Lenin para la catástrofe socialista que se estaba desarrollando? No era más socialismo, al menos por el momento. Eso sería como verterle un galón de Clorox a un vaso de agua contaminada. Desesperado por revertir las consecuencias del socialismo, Lenin recurrió a su único antídoto conocido: el capitalismo.
El domingo pasado marcó el centenario del inicio de la Nueva Política Económica de Lenin (NEP). En un sorprendente cambio radical el 21 de marzo de 1921, la NEP comenzó a deshacer lo aplicado durante los cuatro años anteriores. Se detuvo la expropiación de empresas y la nacionalización de industrias. Lenin proclamó una restauración parcial de, en sus propias palabras, ‘‘un libre mercado y capitalismo’’. Incluso las empresas estatales buscarían operar sobre la base de las ganancias». Los individuos podrían volver a ser propietarios de pequeñas empresas. Los precios de mercado se permitirían en lugar de las directivas estatales de planificación. Un poco de libertad hace mucho. En este caso, cambió la economía y salvó a la tiranía bolchevique infantil. Pero no duró porque tres años después, Lenin estaría muerto.
Lo que los socialistas no aprendieron de la NEP
Antes del final de la década, Stalin arrasó con la NEP con una campaña colectivista masiva para resocializar la economía. Sobre la NEP, el ex-asesor de seguridad nacional de los EE. UU. Zbigniew Brzezinski escribió en su libro de 1989, The Grand Failure: ‘‘Para muchos rusos, incluso más de sesenta años después, estos fueron los mejores años de la era iniciada por la revolución de 1917’’. Ese día de marzo de 1921, el mismo día en que el invierno se inclinaba hacia la primavera, los socialistas de Moscú admitieron efectivamente que tenían que dejar de robar.
Simplemente no quedaba mucho por robar. En un artículo de 1990, el economista Peter Boettke citó una letanía de mea culpas de importantes intelectuales soviéticos. Ahí estuvo incluido un tributo muy revelador al economista de libre mercado Ludwig von Mises del arquitecto socialista Nikolai Bukharin. Admitió a regañadientes que la devastadora crítica del socialismo por parte de Mises lo convirtió en «uno de los críticos más eruditos». Sería Mises, casi 30 años después en La Acción Humana quien expresó la distinción entre socialismo y capitalismo de la siguiente manera elocuente:
‘‘Un hombre que elige entre beber un vaso de leche y un vaso de una solución de cianuro de potasio no elige entre dos bebidas; elige entre la vida y la muerte. Una sociedad que elige entre capitalismo y socialismo no elige entre dos sistemas; elige la cooperación social o la desintegración de la sociedad. El socialismo no es una alternativa al capitalismo. Es una alternativa a cualquier sistema con el cual los hombres pueden vivir como seres humanos’’.
Sin embargo, muchos socialistas se adhieren obstinadamente a su visión sin importar lo que suceda en el camino.
El socialismo está destinado a fracasar siempre
Algunos leerán los párrafos anteriores y objetarán que lo que Lenin buscaba revertir era una versión más radical de su filosofía. Dirán: ‘‘¡No estamos para eso! ¡Somos socialistas democráticos!’’ como si el barniz de la democracia bendijera los multitudinarios pecados del socialismo. La verdad es esta: las políticas desastrosas son políticas desastrosas; no importa en lo absoluto que hayan sido votadas. El historial del socialismo del siglo XX a menudo etiquetado como «comunismo» es horrible: la peor «causa» de asesinatos en masa en la historia mundial. El Libro Negro del Comunismo documentó sus crímenes, incluido el asesinato de más de 100 millones de personas. El «socialismo democrático» puede ser más seductor y menos sangriento, pero también tiene un historial miserable. Como su primo comunista más chiflado, consume vidas y riquezas y, tarde o temprano, debe ser administrado el antídoto capitalista.
Si los países adoptan el socialismo democrático y se mantienen a flote, su longevidad siempre se explica no por el socialismo que adoptan. El que estos países no caigan en la ruina se explica más bien por el capitalismo que aún no destruyen. Y cuanto más se ahoga un país en el socialismo democrático, más se evapora la parte democrática frente al poder estatal concentrado. Los socialistas y el socialismo no poseen ninguna teoría sobre la creación de riqueza; de hecho, no muestran ningún interés en eso. La riqueza simplemente está «ahí» para que ellos la denigren, confisquen y redistribuyan, hasta que sus productores no produzcan más. El pensamiento a largo plazo no es su fuerte. La próxima vez que escuches a un socialista democrático declarar que su sistema aún no fue probado, usa los siguientes ejemplos.
La izquierda acumula más de dos milenios de fracasos
La República de la Antigua Roma comenzó su experimento mortal en el socialismo democrático en el siglo II antes de Cristo. Empezó como un estado de bienestar, degeneró en una pesadilla regulatoria y finalmente colapsó en una autocracia imperial. Las asambleas legislativas votadas por el electorado romano construyeron el edificio socialista ladrillo a ladrillo. Roma no se construyó en un día, pero el poder estatal concentrado no tuvo problemas para derribarla por completo. Los peregrinos de Plymouth, Massachusetts probaron otra versión del socialismo democrático diecisiete siglos después. Era la variedad comunal, en la que colocaban los frutos de su trabajo en un almacén común y luego se los distribuían por igual. Su gobernador fue elegido a través del voto, lo que lo hizo democrático. El hambre los obligó a desecharlo con bastante rapidez en favor de la propiedad privada.
Los nacionalsocialistas de Adolf Hitler llegaron al poder a través del proceso democrático en 1933. ¡Vaya, volvamos a la mesa de dibujitos para los socialistas en eso también! Después de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña votó a los socialistas democráticos en el poder y convirtió al país en «el hombre enfermo de Europa». Margaret Thatcher administró una fuerte dosis de capitalismo 30 años después, antes de que el paciente muriera. Escandinavia adoptó la versión del socialismo del estado de bienestar casi al mismo tiempo que Gran Bretaña. El declive económico comenzó al afianzarse. Pero los noruegos, daneses y suecos aprendieron de sus errores y revertieron muchos de ellos. Hoy, sus economías se encuentran entre las más libres del mundo. Nueva Zelanda estaba sumida en el estancamiento del socialismo democrático en la década de 1980, pero se recuperó implementando drásticas reducciones en el gobierno.