No, Corea del Sur no es un éxito gracias al proteccionismo
¿Corea del Sur puede servir como justificación para avalar el proteccionismo económico, como sugieren muchos nacionalistas? Spoiler: No. En este meta-análisis te explicamos por qué.
Es frecuente que los liberales y libertarios utilicen el índice de libertad económica como una herramienta para defender el libre mercado. Como bien se ha señalado varias veces dentro de los informes del Instituto Fraser, la libertad económica está empíricamente relacionada con el nivel de riqueza. ¿Por qué? Los motivos teóricos son múltiples, complementarios y las defensas principalmente vienen desde las escuelas de la public choice, la austríaca, la monetarista y la neoclásica. Por ejemplo, la clásica matriz de gasto de Friedman (Free To Choose, 1980) explica hasta cierto punto una dinámica básica de incentivos: el dinero que es tuyo lo gastas eficientemente acorde a tu frontera de posibilidades. Por el contrario, el dinero que no es tuyo tenderás a despilfarrarlo porque no te pertenece y no existe ninguna consecuencia por el malgasto.
Existen otras líneas de defensa. La perversión institucional de incentivos es un buen ejemplo de esto, y se encuentra principalmente en la public choice. La dinámica de captura del regulador es un problema gigantesco donde los empresarios tienden a comprar a los reguladores (políticos) para que legislen a su favor. Esto se ha asociado a —por mencionar algunos casos— el desmesurado incremento en la cantidad de regulaciones en España y Estados Unidos… Que a su vez se relaciona empíricamente con un impacto negativo en la creación de nuevas empresas.
Existiendo el Estado y su atributo soberano, este podrá legislar sobre cualquier cosa (incluyendo la economía). Pero como el Estado no es más que una gigantesca y compleja organización compuesta de humanos falibles con poderes que el resto de personas no (como bien apunta Miguel Anxo Bastos), tenderá a ser utilizado para fines perversos. Eso incluye fines de terceros externos que pueden influenciar las decisiones del regulador, como los empresarios.
Otras líneas de defensa libertarias (resumen)
Aquellos dos argumentos pueden ser utilizados para bosquejar alguna defensa del liberalismo económico, pero no son todos los argumentos que existen. El proteccionismo comercial (que ya hemos criticado una vez aquí) es algo con lo que no solamente los libertarios y liberales están en desacuerdo, sino casi todos los economistas. El mismísimo Paul Krugman sentenció que ‘‘Si hubiera un Credo del Economista, seguramente contendría las afirmaciones: Entiendo el principio de la Ventaja Comparativa y abogo por el libre comercio’’. Un país que se especializa en ofrecer bienes de determinados rubros dependiendo de sus características, puede ser mucho más productivo que otro país.
¿Por qué? Porque, por ejemplo, los países trasalpinos (como Suiza) al contar con una altura media sobre el nivel del mar alta, tienen un clima frío. Por consiguiente, sus características geológicas le permiten ser un país productor y exportador de bienes derivados del cacao. Eso no se podría hacer en los Emiratos Árabes Unidos o en Catar. Si pudieran emular las condiciones mediante invernaderos y cámaras presurizadas, sería costosísimo y apenas cubrirían una porción de hectárea mientras que Suiza tiene centenas de miles.
Suiza puede ofrecer más sin generar muchos costos, y al especializarse en este bien puede aumentar su complejidad económica porque profundiza en los rubros donde es mejor productor. El libre comercio permite que los países que aprovechen sus ventajas comparativas ofrezcan bienes producidos a costos más bajos de lo que tendrían otros países sin esas ventajas. Ahora, no se debe pensar que las ventajas comparativas solamente dependen de las características geográficas. Todo depende de si conviene o no (en términos de costos y rendimientos) levantar cierta industria en un país.
Además de eso, el libre comercio también permite que los bienes compitan en los mercados. Esto somete a las industrias de distintos países a presiones competitivas que las obliga a adaptarse a la restricción presupuestaria y preferencias del consumidor. Una pista de los efectos que tiene el libre comercio sobre los bienes es la que lleva siguiendo el economista Mark J. Perry para el American Enterprise Institute desde hace unos años. De su trabajo se derivó la llamada gráfica del siglo (por medios como Marketwatch o Bloomberg) donde se compara el cambio en los precios de los bienes a través del tiempo. Lo que tiene de especial es que se clasifican a los bienes dependiendo de si se intercambian en mercados reprimidos o libres.
En su gráfica demostró que los bienes o servicios cuya cadena de valor está intervenida (por costes regulatorios, costes arancelarios, alta presión fiscal sobre las utilidades, subsidios que distorsionan la señalización mercantil, no son transables internacionalmente, etc.) tienden a incrementar sus precios y ser más caros gracias a sus restricciones a la oferta. Este tipo de bienes y servicios son los relacionados con la vivienda, servicios de cuidado médico, servicios clínicos y la educación. Por otra parte, los bienes que tendieron a reducir sus precios a lo largo del tiempo —beneficiando al consumidor— son los automóviles, la ropa, servicios celulares y softwares.
Otras líneas de defensa ulteriores son las austríacas, típicamente vinculadas a los problemas de información que son mucho más prevalentes en el Estado (Mises). Sin embargo, también hay otros señalamientos a la des-configuración a la que contribuye el Estado cuando altera los tipos de interés. Este desentrañamiento relativamente más complejo y que recae más en la discusión permanente de teoría económica es el que hace Jesús Huerta de Soto. Un libro bastante poderoso de él donde analiza el asunto a nivel teórico y su devenir histórico es el gigante de 700 páginas «Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos».
El ‘‘pero’’ que ponen los proteccionistas
Pese a todo lo anterior, hay quienes ponen el grito en el cielo cuando se habla de que los países deberían liberar su economía para crecer. En esta columna que desarrollo no hablaré de todas las críticas que se le hace al liberalismo económico, sino a un caso especial. Creo yo que es común que los proteccionistas (frecuentemente nacionalistas y quienes son escrutados aquí) sean los primeros que lloran, chillan y patalean cuando se habla de libre comercio. Ignorando todo el consenso entre las escuelas de pensamiento (consenso que se da una vez cada cincuenta años y que oponerse a él equivale a quedar como un terraplanista), la defensa que suelen argüir es que aunque ahora tienen apertura comercial, no siempre fue así. Sostienen que, en realidad, el verdadero desarrollo que tuvieron se debió gracias a la obra y gracia de las ayudas de papito Estado.
Un ejemplo que utilizan para intentar refutar así como así todo el acuerdo es Corea del Sur. ¿Hasta qué punto sirve Corea del Sur como ejemplo? Bueno, algo curioso es que el mito del proteccionismo como mecanismo de desarrollo en el país asiático lleva 30 años refutado por economistas coreanos. Quizás yo sea el único paranoico que ve a muchos nacionalistas comentando este tipo de validaciones espurias, pero si el lector ha pasado por experiencias similares a mí, entenderá el porqué del artículo. La pregunta que nos atañe no es si Corea del Sur sirve como ejemplo. Desde el vamos les digo que sirve y analizaremos estudio por estudio para ver cuáles fueron los motivos del desarrollo. La verdadera interrogante es por qué aunque este argumento lleva tanto tiempo sepultado, todavía queda quien lo saca para proclamarse una victoria inexistente.
Efectos negativos de las barreras comerciales en Corea del Sur
En 1995 el economista Jong–Wha Lee publicó un working paper para el NBER titulado «Government Interventions and Productivity Growth in Korean Industries». Este trabajo estaba basado en un capítulo de la tesis doctoral realizada por el mismo autor en la Universidad de Harvard. El quid de la cuestión notado por Lee fue que ‘‘a pesar de todo el interés y la controversia concerniente al rol del gobierno coreano, sorprendentemente poca investigación empírica se ha realizado sobre el tema’’. Por esta razón, el economista hizo un testeo empírico con pruebas estadísticas aplicadas a datos de 38 industrias coreanas cubriendo el período desde 1963 hasta 1983. Para resolver la falta de información sobre el grado de intervención gubernamental, el autor la midió en términos de tarifas, restricciones de importación, localización del crédito e incentivos fiscales.
Una vez se puso manos a la obra, los resultados empíricos que puso de manifiesto en su trabajo son fulminantes… Para los proteccionistas, obvio. En Corea del Sur un aumento del 10% en las barreras no-arancelarias estaba asociado con una disminución del valor añadido en un rango del 1.4% al 2.5% por año (págs. 12 – 14 del estudio). Las barreras no-arancelarias son todas aquellas restricciones al comercio internacional que no se derivan de las tarifas. Ejemplos de las barreras no arancelarias son la cantidad de regulaciones, licencias y trámites para importar. Además de eso, las barreras arancelarias (tarifas de importación) también estuvieron correlacionadas negativamente con el crecimiento de la productividad laboral a nivel de industria. En general, el efecto de las barreras arancelarias fue insignificante sobre la productividad laboral, por lo que si no fue malo, fue nulo. En conclusión: o el proteccionismo fue contraproducente, o bien fue totalmente inútil.
Liberalización cambiaria: la realidad detrás del milagro surcoreano
Aunque empíricamente los resultados del análisis regresivo muestran que en Corea del Sur las barreras al comercio influenciaban negativamente la productividad, sigue siendo una realidad que el rápido crecimiento en Corea del Sur se debió a su posicionamiento rápido y sólido como país exportador, como señala el economista Yoo–Jung Hoo en su estudio de 1990 «The industrial policy of the 1970s and the evolution of the manufacturing sector in Korea». Ahora, si no fue el proteccionismo comercial, ¿qué impulsó las exportaciones y volvió rica a Corea? La respuesta nos la trae él mismo en otro estudio titulado «How Korea’s rapid export expansion began in the 1960s: the role of foreign exchange».
En este documento de 52 páginas el profesional explica la situación de la economía de Corea del Sur antes de su fugaz ascenso. En primer lugar, el gran problema de los defensores del proteccionismo que usan a Corea del Sur como ejemplo es que ocultan muchas cosas. Por ejemplo, no dicen que antes de que antes de que las tasas de crecimiento de las exportaciones y la producción se dispararan, el país era más crudamente proteccionista. A principios de los años sesenta (antes del monstruoso crecimiento del gigante asiático) las tarifas de importación fijadas por ley eran del 49.5%. Además de eso, hasta la mitad de la década el 90% de los bienes de importación no podían ser sujetos de transacción sin aprobación del gobierno. Después de pasada la primera mitad de los 1960s, eso cambió y el comercio se empezó a liberalizar un poco más (y las exportaciones crecieron).
Si se supone que el proteccionismo desarrolla a los países, ¿cómo se explica que el crecimiento de la economía surcoreana no se haya desatado desde finales de los años cincuenta cuando las barreras estaban a tope? ¿Por qué el crecimiento vino después cuando las barreras se relajaron? Eso es algo que no te van a responder (porque nunca traen evidencia). En segundo lugar, la explicación del por qué las exportaciones se dispararon (y consecuentemente el desarrollo industrial se produjo) es la corrección en la sobrevaluación del won. Si la moneda de un país está muy valorada en relación con otras, los precios que dependen de esa moneda también parecerán altos. Si los precios son altos, no valdrá la pena importar un producto de ese país. Eso reduce los incentivos para demandar bienes en los mercados internacionales (por lo caros que son), y si no hay demanda las exportaciones se esfuman.
Resulta que entre 1955 y 1961 el won estaba sobrevaluado en aproximadamente un 130%, desincentivando drásticamente las transacciones internacionales. Esto se corrigió luego de tres devaluaciones entre 1960 y 1961. El gobierno militar que empezó a regir en Mayo de 1961 continuó con una política que buscaba unificar las tasas de cambio en los mercados de divisas mediante su manipulación. Sin embargo, poco después (en Junio) abolieron la unificación forzosa mediante devaluaciones del tipo de cambio oficial y la sobrevaluación empieza a reducirse.
Ello llevó a que el tipo de cambio won/US$ pasara de 50 a 130. Pese a las múltiples devaluaciones, posteriormente hubo más correcciones en el precio del won. En Mayo de 1964 se vuelve a devaluar el won, pasando su tipo de cambio contra el dólar de 130 won/US$ a 256.5 won/US$. Luego de eso, el gobierno implementó un sistema de tipo de cambio fluctuante con varias bandas, donde participaba el tipo de cambio flotante (libre). En este punto, el Banco de Corea colocaba una tasa referencial basándose en el precio del tipo de cambio libre.
Lo anterior condujo al autor a decir que ‘‘[…] El tipo de cambio, factor que sobrevaluó altamente la moneda en aquél momento, enviaba señales erradas a los productores domésticos y a los consumidores extranjeros. De ahí concluyeron que la posibilidad de exportación era inexistente’’. En las pruebas empíricas que realizó para testear su hipótesis inicial, halló que la única variable estadísticamente significante era la sobrevaluación del won, la cual suprimía las exportaciones. De hecho y aunque sí se hizo, es intuible que la sobrevaluación de la moneda detenía las importaciones puesto que los precios de los bienes surcoreanos en los mercados internacionales eran del doble de lo que en realidad eran (págs. 26 – 29). Además de eso, las devaluaciones hicieron que los beneficios potenciales de exportación se incrementaran drásticamente ya que la anterior devaluación ocultaba las posibilidades de exportación (pág. 32).
Incentivos fiscales en Corea del Sur: mejor alternativa que las barreras comerciales
Sumado a todo lo anterior, quienes testearon el impacto de las ‘‘políticas de promoción de exportaciones’’ hallaron que estas medidas fueron irrelevantes. Eso lo explica el mismo Yoo–Jung Hoo, quien demuestra que los beneficios de esta política para los exportadores fueron irrelevante. Efectivamente, al ver la gráfica notamos que la protección comercial tenía un impacto unas 5 a 6 veces menor que el tipo de cambio. Esto mismo fue lo que consiguieron Kim–Kwang Suk y Larry Westphal en su estudio de 1976 llamado «Foreign Trade Regimes and Economic Development». Este estudio pionero fue, de hecho, el que utilizó Yoo–Jung Hoo en el trabajo que ya hemos citado. Crudamente, los beneficios en términos monetarios que produjo la simple corrección de la sobrevaluación fueron increíblemente superiores a los costosos planes de protección. ¿Saben qué otra cuestión más produce fuertes razones para invertir y exportar? Los incentivos fiscales.
En el ya citado« Government Interventions and Productivity Growth in Korean Industries», Jong–Wha Lee encuentra que un aumento del 10% en los incentivos fiscales se asociaba con un incremento de entre el 2.4% y el 3.1% de incremento anual en el valor añadido producido por trabajador. Esto demuestra que la reducción de impuestos fue empíricamente más efectiva que la protección comercial. Además de eso, los incentivos financieros (mejor conocido como crédito barato) resultaron insignificantes para hacer crecer el valor añadido (págs. 13 – 14). De hecho, algo curioso que consiguió fue que los incentivos fiscales afectaron positivamente las tasas de crecimiento mediante la estimulación de la acumulación de capital… Pero no afectaba el aumento de la productividad total de los factores. Los cambios positivos en esta variable solo se pueden deber a incrementos en la eficiencia de la cadena de valor.
Profundizando el impacto negativo de la protección comercial
Lo que sí impactaba bastante en la productividad de Corea del Sur fue el proteccionismo comercial. El impacto venía especialmente las barreras no arancelarias (de esas que no te dejaban importar nada sin permiso del gobierno). El problema con esto es que el impacto era totalmente negativo (pág. 15). Pese a que repitamos mil veces que el proteccionismo fue malo, todavía no explicamos por qué lo fue. ¿Qué tiene de malo? Varias razones donde existe consenso entre economistas y que aún los proteccionistas no captan.
i) Un gobierno no puede predecir con facilidad qué industria puede o no ser una sólida fuente de exportación a futuro. Solo puede saberlo cuando empieza a exportar fuertemente debido a que las condiciones del mercado cambian favorablemente para el país. Los susodichos cambios de tendencia, desde luego, no pueden ser anticipados por los políticos. No puede presumir si el mercado puede o no querer esos bienes el día de mañana, o si buscará sustitutos, o si habrá más o menos competidores, o si las políticas implementadas son correctas. Esta vaguedad en la determinación de cuáles industrias deben ser protegidas han llevado a una inversión en los factores que altera el producto totalmente: no se selecciona una industria incipiente que tenga un potencial objetivo para luego protegerse, sino que toda industria protegida es igual a una industria incipiente.
ii) Las industrias protegidas tienden a volverse ineficientes. ¿Por qué sucede esto? Porque las protecciones comerciales son necesariamente imposiciones de barreras para la competencia. Desaparece la competencia, desaparecen los incentivos para mejorar y las industrias se vuelven flojas, inútiles y en el peor de los casos, parasitarias. Esto se pone de manifiesto en estudios de sobras y existen casos de países ejemplares en por qué el proteccionismo destruye a las empresas. Ese fue el caso de Venezuela durante los años 1961 – 1979. La política de sustitución de importaciones terminó por provocar una debacle sin precedentes en la productividad laboral.
La realidad es que cuando se quitan las protecciones, las empresas ya no saben cómo vivir sin los beneficios estatales. Una vez se dice que las empresas ‘‘solo necesitarán protección mientras crecen’’ se les condena a estar infantilizadas de por vida.