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Hans-Hermann Hoppe: ¿Xenófobo, racista, homofóbico y nacionalista?

Cualquiera que siga el trabajo de Hoppe sabe que no, pero el ala progresista del liberalismo compuesta por divulgadores como Antonella Marty, Tom Palmer y José Benegas insiste en que sí.

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Te hago una pregunta: ¿Dirías que los representantes de los cantones suizos son xenófobos? Guarda tu respuesta y ten presente que independientemente de lo que digas, pronto habrá un giro bastante inesperado en los próximos minutos. Creo que quien lea esta columna sabe por qué estamos aquí: existe una parte del movimiento libertario que desprecia cada vez más a Hans-Hermann Hoppe. Sus posturas naturalmente controvertidas llaman la atención y, tal como se hacen populares, también traen detractores y seguidores que transmutan su teoría. Personalmente solía ver a uno que otro espacio de los agoristas y «libertarios tibios» (bleeding-heart libertarians) criticando a Hoppe. Esto me pasó cuando encontré un artículo del filósofo político Jason Brennan adjudicándose haber refutado la ética de la argumentación hoppeana en 60 segundos. No le di importancia.

Aquello que veía como algo emergente de los libertarios anglófonos se esparció hasta acá tal cual virus, llegando a referentes más o menos importantes. Uno de ellos fue Antonella Marty, quien dijo a sus 130.2 mil seguidores en Twitter que el sociólogo, economista y filósofo alemán es de todo menos libertario. ‘‘Hans-Hermann Hoppe es un colectivista de derechas que llama abiertamente a discriminar a todo aquel que no sea heterosexual y blanco. Repleto de posturas xenófobas, nacionalistas y racistas’’ fue el irascible y bilioso comentario de la politóloga argentina. Como abrebocas, debo decir que no sé a cuantos interesará la discusión porque sé que esta clase de «internas» no son populares.

Hago esto, no obstante, porque también está el deber de contrastar estas afirmaciones de un creciente círculo de influencers que lucha por verse iletrado.

Por partes: ¿Es Hans-Hermann Hoppe un nacionalista?

Las quejas que se presentan en este sentido (especialmente por el economista Tom G. Palmer) se hacen sobre su posición contra la apertura de fronteras. Sin embargo, no implica que Hoppe sea un nacionalista y voy a explicarte por qué antes de proceder con las acusaciones de xenofobia y homofobia. Primero, la Real Academia Española define al nacionalismo como ‘‘una ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado’’. Otra acepción usada es la de ‘‘sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia’’. El Diccionario de Contenido Académico de Cambrigde, por su parte, define al nacionalismo como un ‘‘conjunto de sentimientos de cariño y orgullo que la gente tiene por su país’’. No saco estas definiciones de libro porque quiero ser Gloria Álvarez, sino porque es importante definir los conceptos.

Hoppe, en cualquiera de las obras que prefieras leer de él (incluyendo su famosa Democracia: el Dios que fracasó) no defiende las naciones. No tiene sentimientos de amor por su natal país Alemania o, si me equivoco y los tiene, no los expresa. Cuando la menciona (raramente) es para tomarla como ejemplo histórico de qué es lo que no deben hacer los países cuando centralizan el poder. Tanto es así que escogió a los Estados Unidos como su segundo hogar para finalmente terminar viviendo en Turquía. Eso —las acciones del profesor Hoppe— dicen mucho de qué tan nacionalista es: nada, porque lo que hace en la vida real no expresa ni un ápice de nacionalismo. Digo, pasó la mayor parte de su vida fuera de Alemania, expone a su país natal como ejemplo del mal y nunca habla del tema. ¿De dónde sacan, entonces, que es nacionalista?

Perspectiva de la organización político-territorial

Puede ser que Hoppe sea un nacionalista, pero solamente lo sabría él porque nunca ha dicho nada para darlo a entender. Lo que hace no va acorde con las definiciones estándar de nacionalismo, es decir, no se puede denominar a Hoppe como un nacionalista. Entonces, si Marty y compañía no tienen la información necesaria para juzgar a Hoppe como nacionalista, ¿cómo juzgan que lo es? Reitero, para utilidad del argumento no descarto que Hoppe sea nacionalista, pero sus detractores no pueden saber que lo es, así que inventan su postura. Si llegara a serlo, lo sería de forma extremadamente íntima. Ahora que cerré con el argumento anterior, procederé a estructurar por qué Hoppe no es nacionalista basado en su propia teoría. Si has leído a Hoppe, sabes que él nunca defiende la existencia de naciones, sino de comunidades políticas pequeñas, descentralizadas y suscritas por pacto.

De hecho, Hoppe no solamente no es nacionalista, sino que podría considerarse anti-nacionalista si entendemos que el concepto de unidad nacional es indisoluble del nacionalismo. Sí, el mismo concepto de unidad nacional que define a VOX (partido referente del nacionalismo en Hispanoamérica) y que repudia la idea de la secesión. Adivinen qué: Hans-Hermann Hoppe, ese mismo sujeto acusado de ser un nacionalista, defiende a ultranza y de forma flagrante la secesión no solo como algo que puede hacerse, sino que debe. ‘‘La secesión promueve la integración y el desarrollo económicos. El proceso de centralización es el causante de la formación de un cártel internacional de emigración, comercio y dinero fiduciario dominado por los Estados Unidos. Pero también de que los gobiernos sean cada vez más invasivos y gravosos, del estatismo globalizador, militarista y asistencial, y del estancamiento económico y el descenso del nivel de vida’’ escribió.

Y no termina ahí…

Este dato del filósofo alemán es básico y debe saberlo absolutamente cualquier persona que esté mínimamente familiarizada con su obra. Es más, lo que acabo de citar se consigue en su best-seller «Democracy, the God that Failed» en la página 173 de la cuarta edición española (Unión Editorial). Siendo un libro que va a cumplir 20 años de publicado, las críticas nuevas contra Hoppe por nacionalistas no están justificadas.

Y más que un secesionista, ni siquiera concibe la organización de sociedades en la forma de naciones de formarse su sociedad ideal. Después de defender la secesión, dijo que en su sociedad ideal ‘‘el mundo estaría constituido entonces por decenas de miles de países, regiones y cantones y por cientos de miles de ciudades libres independientes como las «excepciones» de Mónaco, Andorra, San Marino, Liechtenstein, Hong Kong y Singapur’’.

Tan grande era la defensa de Hoppe sobre esta tesis, que pronosticó un ‘‘desarrollo económico y un progreso cultural inauditos’’ si sucedía. ¿Tiene razón? A ciencia cierta no lo sé, hay gente más calificada que yo para definirlo y en realidad no es el tema que pretendo explorar. Para poder explorarlo y que entre al debate de ideas primero estoy intentando que los libertarios no desechen al autor por culpa de propaganda irrisoria.

Bien, si Hoppe no defendía las naciones sino la organización comunitaria en ciudades independientes y autónomas, no se le puede adjudicar el nacionalismo. Como tampoco expresa sentimientos profundos de amor a su natal Alemania, no tenemos la información necesaria para decir que es nacionalista. Si lo hace, indique dónde.  Y, por último, como defiende el derecho de secesión, atenta contra el componente de la unidad nacional defendida por los nacionalistas. ¿Qué tipo de nacionalista será Hoppe?

De vuelta al pasado: Hoppe repudiaba el nacionalismo

Mucho antes de defender el derecho de secesión en Democracia, Hoppe ya había despreciado al nacionalismo como un mal indeseable en «Economía y Ética de la Propiedad Privada». Hablamos de que Hoppe no solo se opone a los principios nacionalistas, sino que directamente criticaba al nacionalismo desde por lo menos 1993 cuando publicó el libro. Primero, Hoppe creía que el nacionalismo promovía la identificación de una comunidad con el Estado, conllevando a su legitimación y en última instancia a la izquierda. ‘‘Este apoyo es transformado por el Estado y sus defensores intelectuales en la exaltación de los nacionalismos y provee el marco intelectual para la incorporación de sentimientos socialistas igualitaristas, conservadores y democráticos’’ dice. Ahí, ya nuestro entrañable teórico alemán veía en el nacionalismo una ideología dañina que lleva al socialismo y la democracia, ambas criticadas por él.

En segundo lugar, Hoppe cree que el nacionalismo promueve el expansionismo estatal, contrario a la anarquía (que desea) y a la secesión (que apoya). ‘‘Es con el respaldo del nacionalismo que los estados comienzan su etapa expansionista’’ escribió Hoppe (págs. 88-89, traducción de Jorge Antonio Soler). Pero en tercer lugar, si lo anterior no basta, también asociaba las guerras como una consecuencia lógica del nacionalismo. También cree que el nacionalismo conlleva a un mayor control estatal, algo que —de nuevo— contraría sus principios. ‘‘La guerra como consecuencia natural del nacionalismo también constituye una forma de consolidación de los poderes internos estatales de explotación y expropiación. Las guerras también representan una situación de emergencia interna, y tal emergencia requiere, y parece justificar, la aceptación de un control estatal cada vez mayor’’ añadió. No sé qué clase de maroma mental se hace para decir que es nacionalista, pero conduce a una falsedad abyecta.

Introduciendo a los detractores

Una de las aproximaciones para tachar a Hoppe de nacionalista o, más bien, de fascista, fue auspiciada por Tom G. Palmer hace unos 16 años. De hecho, es uno de los «grandes autores» que Antonella Marty citó para hacerle creer a su audiencia que Hoppe es esa aberrante cosa. A diferencia de lo que acabo de hacer (juzgar a Hoppe basándome en si encaja o no con la definición de nacionalismo), él lo hizo por sus «conexiones».

Si nos vamos a los detalles, Palmer acusó al filósofo alemán de ser un fascista porque fue entrevistado por Junge Freiheit, un semanario alemán. Según Palmer, este diario es de «extrema derecha nacionalista» y, como accedió a una entrevista con ellos, Hoppe también lo es. Sabiendo qué representa ser un alemán de extrema derecha hoy día, Palmer técnicamente tachó a Hoppe de nacionalsocialista (aunque no se atrevió a decirlo así).

Revisando la línea editorial de Junge Freiheit, es muy difícil decir que son de «extrema derecha nacionalista» como dice este «gran autor». Lo que publican son reportajes sobre ciertos temas que le gustan a los nacionalistas, pero no expresan opiniones (salvo en columnas, tema ajeno). Basta con ver sus artículos de política o cultura (tópicos donde podemos identificar el corazón del medio) para darnos cuenta de la ambigüedad.

No me cae bien el medio —ni siquiera lo conocía— pero viéndolo como editor sé perfectamente que no está ni cerca de la extrema derecha. Es demasiado tibio como para serlo. Su línea editorial es más bien conservadora, pero su abordaje es tan ni fu ni fá que no se le puede asociar con nada. Sin embargo, ellos mismos se definen como un medio conservador, lo que coincide con los temas que tocan pero no con sus expresiones (por tibias).

Profesionales que no saben cómo funcionan los medios

El hecho de que Palmer (sí, el gran autor) cite a Junge Freiheit de ser un medio alemán de extrema derecha nacionalista me hace pensar que no sabe cómo funcionan los medios. Mi sospecha se confirma cuando caracteriza así al semanario porque ‘‘sus escritores promueven el “revisionismo” sobre asuntos fronterizos resueltos durante mucho tiempo con respecto a Polonia y la República Checa’’. Asimismo, acusa que el medio ‘‘promueve las ideas del negador del holocausto David Irving’’ y por consiguiente eso los vuelve una clase de medio neonazi.

No puede estar más equivocado. Las ideas de Irving no son promovidas en el medio, sino que Irving es un colaborador que expresa sus ideas con ellos o que escritores del medio lo citan. Pero una cosa es lo que dicen los escritores y otra cosa es la ideología o la línea editorial del medio. ¿No les suena esto? La Organización Mundial del Comercio, la FLACSO, entidades del Estado, el Mises Institute, el Cato Institute, Forbes, Entrepeneur… Generalmente, casi cualquier institución que ofrece información con opiniones coloca una cláusula donde advierten que dichas opiniones son a título personal. MÁS Libertad, por ejemplo, tiene varios colaboradores que son liberales clásicos, minarquistas, anarcocapitalistas y conservadores.

¿Se podría decir que porque nuestro staff es todo eso también lo es el medio? No, porque no se puede ser liberal clásico, minarquista, anarcocapitalista y conservador al mismo tiempo: todas esas opciones son excluyentes entre sí. Nuestra línea editorial (y la cláusula de renuncia de responsabilidad), por su parte, aclara cómo todas estos puntos de vista pueden acogerse aquí. Palmer cometió el error de confundir opiniones de los escritores con la ideología del medio. Cualquiera que conozca algo de medios sabe perfectamente que no se puede confundir a un autor individual con la plataforma.

Las falacias gigantes de los amigos de Marty

Los gobiernos locales de Renania del Norte-Westfalia y Baden-Wüttemberg creyeron lo mismo que Palmer sobre Junge Freheit y tacharon sus actividades de anticonstitucionales. Al final, el semanario demandó a las autoridades y ganó el litigio, siendo reconocido incluso por Palmer. ¿Qué excusa sacó entonces para mantener su argumento? Que ‘‘cuando las publicaciones en Alemania se han puesto bajo observación es por alguna razón’’. O sea, que aunque haya ganado el litigio, Junge Freiheit es de extrema derecha ‘‘porque el gobierno tenía sus razones’’. No hace falta decir que hasta hoy, el Estado alemán malversa fondos y no pasa nada porque tienen el poder, o que es bastante común que el Estado ataque a la prensa cuando puede. Con eso basta para tratar de usar artilugios legales en contra de medios que les resulten inconveniente. Al final las cortes demostraron que no había razones, pero Palmer lo seguía negando. Muy libertario.

Incluso si Junge Freiheit fuera lo que Palmer dice que es, no hace a Hoppe un fascista. Argumentar que Hoppe es tal cosa por ser entrevistado por un periódico acusado de fascista es una falacia de culpa por asociación. Si yo hablo con un socialista, accedo a un debate con él o me dejo entrevistar, eso no significa que yo sea socialista. Puede haber otros motivos para hacerlo. Puede ser que yo quiera convencerlo de algo, puede ser que trate de arruinarle su programa o puede ser que quiera conectar con su audiencia. Lo que el detractor de Hoppe intenta es acudir al proverbio popular «dime con quién andas y te diré quién eres» sin considerar más nada. Así tal cual. Igualmente la politóloga argentina obvió esto y citó citando el material como una referencia «seria» para atacar a Hoppe mientras que elogió a Palmer.

Propuesta de inmigración: ¿Te parece xenófoba?

En «Getting Libertarianism Right», página 22, traducción al español del Mises Institute, Hoppe hace una síntesis de lo que defendió por décadas. ‘‘El inmigrante o su acogedor deben pagar el costo total del uso que el inmigrante haga de todos los bienes o instalaciones públicos’’ dice. Asienta que el costo de la propiedad comunitaria (en caso de que los bienes sean de propiedad común no estatal) no debe aumentar a causa de los inmigrantes.

Menos aún la calidad de los bienes o servicios debe disminuir a causa de los migrantes, que es otra forma de costo (depreciación). Por ejemplo, si un inmigrante incrementa su uso de carreteras y estas se deterioran más rápido teniendo que cubrirse su depreciación, el costo no debe ser pagado por los nativos. Debe ser pagado por el inmigrante o, en su defecto, por la persona que la invitó a vivir en ese lugar.

¿Resulta acaso xenófoba esta propuesta? Debes considerar que no discrimina a ningún individuo por su nacionalidad, no dice que un venezolano o colombiano debe pagar más simplemente por serlo. Lo que dice es, en esencia, que si eres migrante debes asumir tus cuentas independientemente de tu nacionalidad. Intuitivamente, se trata de que no seas una carga para los residentes de la comunidad que te acoge.

Sabiendo que al llegar a cierto lugar quienes pagaron por los bienes públicos son los nativos, sea a través de colaboraciones o impuestos, también tienes que dar tu parte. ‘‘La entrada a tales instalaciones no sería «gratuita» para los inmigrantes. Por el contrario, a los inmigrantes se les cobraría un precio más alto por su uso que a los propietarios residentes locales que han financiado estas instalaciones. El fin es reducir la carga tributaria nacional’’ plantea. ¿Desde cuándo acabar con la tributación es xenófobo?

Entonces… ¿Teoría xenófoba o no xenófoba?

Mira, en estos temas hay que tener paciencia porque estamos tratando de resumir una discusión de 20 años en una columna, tenlo presente. Continúo. Bien, el caso es que en términos técnicos Hoppe no discrimina a nadie por su nacionalidad (lo que define la xenofobia) sino que busca tradeoffs. Lo que quiere es tratar de compensar a los residentes originales no añadiendo más costos en forma de impuestos o tarifas, sino rebajarlo. Dudosamente esto puede considerarse xenófobo. Pero debes saber que esto no es lo único que propone Hoppe al respecto ni mucho menos. Algo más que propone es que debe pagar una prima de admisión —algo así como ser socio de un club o de una junta de condominio— y aprobar un examen. ¿En qué consiste este dichoso examen? No te discrimina por tu color de piel o por tu origen.

‘‘Los requisitos de residencia permanente de propiedad para algunas comunidades pueden ser muy restrictivos e involucrar exámenes intensivos de antecedentes y un alto precio de admisión’’ propone. Solo hablamos de revisar antecedentes y aportar una prima para ser admitido como miembro de la comunidad. Además, Hoppe critica el método de admisión de los Estados dado que discrimina sobre la base colectiva y no sobre las características individuales. ‘‘En cuanto a la entrada inicial de inmigrantes, ya sea como visitantes o como residentes, los Estados no discriminan sobre la base de características individuales […] Sino sobre la base de grupos o clases de personas, es decir, sobre la base de la nacionalidad, etnia, entre otros’’ aqueja el filósofo. Denuncia que al migrante no le verifican identidad, capacidad de crédito o le cobran una cuota por el ingreso al lugar de destino.

¿Qué se puede concluir de eso?

Justamente Hoppe critica que los Estados discriminen positivamente a los migrantes en función de su lugar de origen o sobre su etnia, características de grupo. En vez de eso, propone que no se vea a los migrantes por su nacionalidad o etnia sino por lo que son como individuos. No se puede considerar como xenofobia, dado que no se muestra hostil a los extranjeros ni los rechaza por su carácter de inmigrantes. Sus propuestas se orientan a tratar de que los migrantes no parasiten sobre los habitantes de una comunidad cualquiera haciendo que costeen su estancia. ¿Acaso eso es mucho pedir para el círculo de liberales progresistas? Como los inmigrantes usan carreteras, instalaciones y servicios públicos gratuitos sin pagar, Hoppe dice que los Estados «subsidian a los inmigrantes». ‘‘O más bien: obligan a los contribuyentes nacionales a subvencionarlos’’ reformula.

Aquí viene lo interesante. Cada propuesta separada de Hoppe no es nueva (solo lo es el arreglo y el contexto). Su especialidad como historiador le da la ventaja de conocer la historia lo suficiente como para encontrar ejemplos de lo que propone. Para resolver la cuestión de la naturalización de los inmigrantes dice que deberíamos seguir ‘‘el modelo suizo donde asambleas locales, no el gobierno central, determinan quien puede y quien no volverse un ciudadano suizo’’. A su vez, los medios para conseguir esto «son la descentralización y la secesión», lo que vuelve a confirmar que no es un nacionalista. ‘‘La autoridad para admitir o excluir debe ser despojada de las manos del gobierno central y reasignada a los estados, provincias, ciudades, pueblos, aldeas, distritos residenciales y, en última instancia, a los propietarios privados y sus asociaciones voluntarias’’ escribe Hoppe en «On Free Immigration and Forced Integration».

Y bueno… ¿Qué quiere Hoppe?

Hoppe solo defiende tres fundamentos éticos y económicos elementales del libertarismo que nada tienen que ver con la xenofobia. Primeramente, busca que los lugares donde viven las personas sean óptimos para vivir sin reducir el valor de las propiedades por socialización de costos. En segundo lugar, quiere que los residentes originales que construyeron, invirtieron mantienen una comunidad, no deban subsidiar a inmigrantes.

Eso quiere decir que más que discriminar a los inmigrantes por ser inmigrantes, busca estos no vivan parasitariamente del valor creado por los residentes. Por último, protege la reserva de admisión y la libertad de asociación, dos derechos fundamentales del ser humano que sus críticos liberales no escatiman en vapulear. ‘‘Bajo este escenario no existe tal cosa como la libertad de inmigración. Más bien existe la libertad de muchos propietarios privados independientes de admitir o excluir a otros de su propiedad’’ planteó.

Quienes acusan a Hoppe de xenófobo critican por el simple hecho de criticarlo aunque tengan que llevarse dos preceptos fundamentales por delante. Sus acusaciones incluso los llevarían a decir que los regentes de los cantones suizos son «xenófobos» si de verdad fueran coherentes. Digo, al fin y al cabo el controvertido alemán sacó sus malvadas ideas xenófobas llevadas a la práctica de la jurisprudencia suiza.

Fueron los suizos quienes dotaron de ideas «xenófobas» a Hoppe, ¿entonces por qué estos ilustrados liberales no los acusan también de xenófobos? Por eso pregunté al principio: ‘‘¿Dirías que los representantes de los cantones suizos son xenófobos?’’ Porque evidentemente la carga de sus acusaciones infundadas llevaría a decirles «xenófobos» también a los suizos ya que estos fueron los «ideólogos» originales. Simplemente ridículo o, de no ser ridículo, la crítica está sesgada (aunque la ONU sí les dijo xenófobos, ¿será que se toman de la mano?)

Planteamientos de los críticos

Todo lo que he venido citando son lecturas que se pueden hacer en las obras de Hoppe más recientes y en las más populares. Otras se pueden extraer de sus escritos en la página del literato y asesor Lew Rockwell, o bien en el Instituto Mises. Marty, en su intento de convencer a la audiencia de que Hoppe es el mal encarnado, invitó a leer directamente a Hoppe en su tweet. Esto sería una táctica discursiva eficiente para la audiencia floja que solo se deja llevar para los influencers, pero el que lo lea descubriría la mentira. El hecho de que pueda citar distintas obras y artículos para desmentirla es algo que lo confirma: se extraen de la lectura directa de Hoppe. Otra cosa a la que enlazó fue a un artículo del ya mencionado Tom Palmer titulado «An Immigration Policy that Would Exclude Its Author».

Según Palmer, cuando Hoppe llegó a los Estados Unidos, falló en cumplir su propia propuesta y, por lo tanto, estaba equivocado. ‘‘No se molestó en producir ningún trabajo para el mercado, sino que se financia mediante impuestos coaccionados por los contribuyentes productivos de Nevada. Según el propio principio del profesor, no solo ha fallado en asumir el «costo total» de su entrada, sino que es una carga pura para los contribuyentes’’ apuntó Palmer. Hay por lo menos dos problemas que yo detecte en este tipo de razonamiento: uno compartido entre Palmer y Marty y uno garrafal de Palmer. Deberé abrir otra sección para desmenuzar este argumento, pero sépase que no soy el primero en ver los problemas aquí. A final de cuentas es una rencilla que lleva más de 20 años y que sigue por una fijación casi patológica en Hoppe.

Clásico tu quoqe

Bien, asumiendo el punto de Palmer, es cierto que Hoppe se contradice al migrar a los Estados Unidos sin cumplir los principios que promulga. De ahí, sin embargo, no se deduce que Hoppe esté repleto posturas xenófobas, nacionalistas y racistas como dice Antonella Marty. Fácilmente este intento de razonamiento espetado por ella se encaja como una falacia tu quoqe, porque trata de rechazar lo que dice alegando que como él mismo es inconsistente. Es como si yo fuera fumador y le dijera ‘‘ey, no fumes porque hace daño’’ y me diga que eso es falso porque estoy fumando. Mi inconsistencia, aunque resta valor a mi palabra, no sirve para tachar como necesariamente falso o equivocado lo que digo porque no refleja la verdad. Eso mismo se aplica al intento de rechazo que imputa Palmer, y digo intento porque su calidad de falacia habla sobre su (nula) validez.

En segundo lugar, Hoppe si asumía el principio del costo total: Palmer yerra porque la premisa de su argumento es falsa. A ver, Hoppe está nacionalizado como estadounidense y desde 1986 trabajó como profesor en la Universidad de Nevada (Las Vegas). Tal cuestión la contó al profesor Juan Ramón Rallo en una entrevista de 2011, titulada como «An Interview with Hans-Hermann Hoppe». 1986 fue el año cuando se mudó a los Estados Unidos para estudiar con el legendario teórico, economista e historiador Murray Rothbard, su mentor. Eso quiere decir que desde el momento cero pagó impuestos (nómina, renta, ingresos) y que sí produjo servicios para el mercado. Solamente comprando bienes pagaba VAT. Por tanto sí se auto-aplicaba los principios que promulgaba, dado que cubría su uso de servicios públicos mediante impuestos, ergo, no era parásito. Creo que ya no hace falta rebatir más la mentira de estos «grandes intelectuales».

Autohumillación

Palmer erró (y Marty siguió el error al haberlo citado sin confirmar la veracidad de sus acusaciones) por un motivo bastante sencillo. El economista estadounidense no conoce a su homólogo alemán. Esto mismo fue admitido por él en el artículo de 2005 donde lo critica. ‘‘En aras de la «divulgación completa» debo señalar que Hoppe, a quien nunca he conocido…’’ y listo, él mismo se puso la soga al cuello. Si no conoces lo que estás criticando, evidentemente no tienes información básica para fundamentar la crítica.

Supuestamente, Hoppe llamó a Palmer «embajador de la homosexualidad» pero él mismo admitió no conocerlo, ni tampoco supo cuándo o dónde Hoppe lo insultó. Es más: suponiendo que en realidad le dijo eso, no da derecho alguno a comportarse como un quejica incluso en la actualidad. Más bien, lo que hace es mostrar un resentimiento e inmadurez profundos; mucho rencor por un mero insulto.

Error tras error, Palmer se equivocó tantas veces describiendo a Hoppe como le fue posible y dejando entrever su propia fijación obsesiva. O, si no es así, díganme cómo es normal mantener por más de 20 años una rencilla contra alguien que ignora tus largos lloriqueos solo porque te dijo algo que no te gustó. Lo demás —la veracidad de sus puntos— se refuta al leer la bibliografía de Hoppe, leer un artículo suyo, un libro o ver una entrevista.

Como divulgadores y referentes «de peso», es irresponsable que lancen acusaciones sin investigar ni saber absolutamente nada sobre el tema. Si supieran, no habrían apostado a criticar sabiendo que existe tanto material directo donde se comprueba que lo que dicen es falso. Pero bueno, como dije al principio, hay quienes luchan por verse mal y, en este caso, sumirse por su propia cuenta al escarnio de terceros por no saber nada.

El trabajo de Hoppe demuestra que no es xenofóbico

Lo que han leído en las líneas anteriores es simplemente una descomposición lógica y crítica al comportamiento de los «críticos» por razones obvias. Pero eso no implica que sea una reflexión final, ni mucho menos que haya terminado el recorrido de refutaciones; aún queda algo de camino. No sé si lo sabrás, pero Hans-Hermann Hoppe tiene su propia organización (Property and Freedom Society) que fundó en 2006, poco antes de jubilarse. Su organización sí se involucra, en los propios términos del alemán, en una ‘‘política de discriminación estricta de exclusión e inclusión’’. ¿Su posición de discriminador contradice en algo todo lo que dije hasta el momento? Para nada, de hecho, posiblemente su discriminación te guste. Yo diría que en realidad su discriminación es increíble y esta clase de «intelectuales» le resta valor a algo importante y sumamente necesario.

Según el propio Hoppe, su organización ‘‘va contra todos los políticos profesionales, jueces del Estado, fiscales, jueces, carceleros, asesinos, cobradores de impuestos y banqueros, todos belicistas y defensores del socialismo, el positivismo jurídico, el relativismo moral y el igualitarismo’’. O sea, básicamente Hoppe discrimina a todos estos grupos de personas e ideas dañinas para el movimiento libertario. Por el contrario de lo reseñado por los críticos, él discrimina dependiendo de si eres estatista, parásito o si no tienes principios. No te discrimina porque seas blanco, negro, judío, budista, latino, homosexual (o donde sea que encaje tu etnia) color de piel o sexualidad. Ahora bien, la organización de Hoppe busca, explícitamente, ‘‘a personas dedicadas al reconocimiento de la propiedad privada y los derechos de propiedad adquiridos con justicia, libertad de contratación, libertad de asociación y disociación, libre comercio y paz’’.

Y sí, Hoppe mismo lo dice

Llegará quien diga: ‘‘bueno, pero que ponga esas condiciones de admisión no implica que su organización se componga de forma diversa’’.

En primer lugar, lo que cité demuestra que Hoppe, personalmente, discrimina más por afinidad que por características superfluas como el color de piel, etnia o la sexualidad. O sea, bajo los criterios que él mismo explicita, si rechazara a un homosexual socialista que pide entrar en la PFS, lo rechazaría por socialista y no por homosexual.

No hay absolutamente ningún problema con esta clase de discriminación hacia los socialistas y los funcionarios públicos. Ahora, él mismo dice que está muy orgulloso de su organización austrolibertaria por un motivo bastante peculiar, y es justamente su diversidad. Si quieren saber de dónde saco esto, lean Getting Libertarianism Right en su página 37 (para confirmar otras de sus posturas denle click a los hipervínculos).

‘‘Siguiendo esta estricta política de discriminación, la PFS, después de diez años de existencia, se ha consolidado como un verdadero monopolio en el mundo de las sociedades intelectuales: una sociedad formada por personas excepcionales de todas las edades, antecedentes intelectuales y profesionales y naciones, libre y no contaminado por todos los estatistas y todo lo que es estatista’’ escribe Hoppe en la obra anteriormente citada.

¿Pruebas de que en realidad las cosas son como dice él? Solamente hay que ver cuáles son los invitados a su próxima reunión este año y donde se reunirán. Invitó a Saifedean Ammous, un escritor y economista jordano-libanés que es conocido por tratar los tópicos de la innovación monetaria. Con la presencia de Ammous, difícilmente Hoppe llama —en palabras de Marty— a ‘‘discriminar a todo aquel que no sea heterosexual y blanco’’. Anteriormente también invitó a personajes de Brasil, como Cristiano Chiocca.

‘‘Será homofóbico entonces’’

Ver a quince tipos auspiciados por Hoppe viniendo de Europa Occidental, Europa Oriental, Medio Oriente y América reunirse en Turquía no es precisamente xenófobo. De hecho podría representar la prueba máxima de que él está a favor de la integración y el intercambio cultural mientras sea voluntario. Chiocca y Ammous no son la excepción, ya que otros conferencistas invitados por Hoppe fueron los turcos Mustafa Akyol (musulmán) y Atilla Yayla (apoya la protección de los derechos del pueblo kurdo en Turquía), ambos demócratas. ¡Que discriminatorio! Su círculo también incluye al columnista hongkonés Andrew Shuen, a los eslavos Nikolay Gertchev, Mateusz Machaj e incluso al renombrado economista e historiador ruso Yuri N. Maltsev. Ante la irrefutable diversidad étnica de los acólitos de Hans-Hermann Hoppe, puede ser que ahora digan que es homofóbico. ¿Hasta qué punto es cierto? Resolvamos esto de una vez.

Existieron dos eventos principales que motivan las críticas a Hans-Hermann Hoppe, uno se encuentra en Democracia y el otro fue una controvertida clase que dictó. Ambos eventos se remiten al quid de que ciertos sujetos deben ser «removidos físicamente» de una determinada sociedad libertaria. ‘‘Un orden social libertario no puede tolerar ni a los demócratas ni a los comunistas. Será necesario apartarlos físicamente de los demás y desconocerlos. Del mismo modo, en un pacto instituido con la finalidad de proteger a la familia, no puede tolerarse a quienes promueven formas de vidas alternativas no basadas en la familia, incompatibles con aquella meta. También estas formas de vidas alternativa —hedonismo individualista, parasitismo social, culto al medio ambiente, homosexualidad o comunismo— tendrán que ser erradicadas de la sociedad si se quiere mantener un orden libertario’’ escribió Hoppe en el capítulo 10 del libro.

Siempre hay un pero

Lo anterior puede parecer efectivamente homofóbico, pero Hoppe plantea un ejemplo de cómo sería una sociedad libertaria con y solo con un pacto conservador. Quien sepa de anarcocapitalismo, sabe que no existe un modelo único de sociedad ni de gestión política, sino varios modelos. Bajo el derecho de libertad de asociación y la reserva de admisión que el mismo Hoppe defiende, caben múltiples sociedades con sus características únicas. ¿Quieres hacer una sociedad donde no haya homosexuales? Puedes hacerla si encuentras gente con quién asociarte para fundarla y colocas como requisito que no se permiten homosexuales. ¿Quieres una sociedad donde no existan homofóbicos? Créala y colocas como requisito para ingresar que no puedes ser homofóbico y debes ser LGBT-Friendly. Es como excluir a alguien de una playa nudista porque va con ropa y no desnudo, atentando contra los fines de la playa nudista. De hecho, ese ejemplo fue usado por Hoppe.

‘‘Esencialmente, no dije nada más controvertido o escandaloso que cualquiera que insista en usar un traje de baño en una playa nudista puede ser expulsado de esta playa (pero ser libre de buscar otra), así como cualquiera que insista en la desnudez puede ser expulsado de una cena formal (pero ser libre de buscar otra). En mi ejemplo, sin embargo, no eran los desnudos sino los homosexuales los que figuraban’’ dijo Hoppe a Jeff Deist en una entrevista del año pasado. Contrario al puritano moralista conservador fascista homófobo y supremacista blanco que los progresistas quieren vender, Hoppe reconoce las posibilidades de que existan comunidades y espacios no-conservadores justamente porque no hay modelos fijos. Como ya explicó Eduardo Blasco, el anarcocapitalismo no defiende sistemas, defiende formas y antes de las formas defiende principios para construir sociedades. La prédica de Hoppe no es la excepción.

Clave Kinsella

Uno de los puntos más contundentes para quitarle la mancha de la homofobia al filósofo alemán es, de nuevo, ver lo que dice y cómo acciona. En primer lugar, Hoppe tiene como tesorero y consejero de la Property and Freedom Society a Stephan Kinsella, jurista adscrito a la Escuela Austríaca. A su vez, Kinsella ha defendido abiertamente la legitimidad de la unión civil homosexual y su compatibilidad con el libertarismo.

Si Hoppe fuera un homófobo-fascista-radical, difícilmente pudiera juntarse con alguien que defiende abiertamente que los homosexuales tengan este derecho. Más difícil aun sería que le diera tanta confianza como para darle autoridad sobre su organización y viceversa: Kinsella dudosamente se acercaría a Hoppe. Sin embargo, Kinsella dice que ‘‘Hoppe es una de las mejores personas que he conocido; alguien moderno, cosmopolita y tolerante. No es el ogro conservador fundamentalista que algunos piensan que es’’.

Tal es el aprecio que le tiene que escribió un artículo solo para aclarar qué no es Hoppe titulado: «Hoppe on Covenant Communities and Advocates of Alternative Lifestyles». Su tolerancia es patente cuando consideramos que invitó a dos demócratas (siendo que él mismo es antidemócrata) a hablar en una conferencia de la PFS. Ahora, más allá del testimonio de Kinsella, Hoppe reconoce que los criterios de discriminación variarían de comunidad en comunidad.

Él lo dijo en la página 280 de Democracia en el pie de página 25. ‘‘Podría ser de utilidad resaltar que el previsible riesgo de discriminación en un mundo verdaderamente libertario no implicaría que la forma y alcance de la discriminación fuesen idénticos en todos los sitios. Al contrario. Un mundo libertario presentaría, muy probablemente, una gran variedad de comunidades espacialmente separadas y basadas en modelos discriminatorios muy diferentes’’ escribió.

Panorámica completa sobre Hoppe

Algo que no acostumbran a hacer muchas personas es leer las notas a pie de página, algo que sin duda ayuda a comprender a cabalidad cualquier paper o libro que estemos leyendo. Tal vez si los críticos de Hoppe lo hubieran hecho, no derraparan tan feo al intentar criticarlo. Hace nada dije que Hoppe mismo reconoce la existencia de múltiples modelos de comunidades en un orden social libertario, y lo constata en Democracia. Para explicar su propuesta sobre la inmigración e integración, cita al mismísimo Murray Rothbard con el objetivo de avizorar cómo las personas se asociarían. ‘‘La magnitud de la inmigración, la hospitalidad o el rechazo, la agrupación o la segregación, la discriminación o la equiparación de los inmigrantes dependería, en suma, de los propietarios particulares o de sus asociaciones’’ dijo Hoppe, dejando un pie de página donde dio a entender que su propuesta deriva de Rothbard.

‘‘Si las ciudades y barrios fuesen propiedad de empresas privadas, corporaciones o comunidades contractuales, reinaría una verdadera diversidad, según las preferencias de cada comunidad. Algunos vecindarios serían étnica o económicamente diversos, mientras que otros serían más bien homogéneos. Algunas localidades permitirían la pornografía, la prostitución, las drogas o el aborto, mientras que otras prohibirían todas o algunas de esas prácticas’’ escribió Rothbard en el artículo «Nations by Consent: Decomposing the Nation State», propuesta internalizada por Hoppe y citada en su obra más famosa. Del mismo modo, en su entrevista con Deist explicó que los homosexuales o sujetos rechazados en X comunidad pueden buscar otra o fundar la suya. Como leímos anteriormente, Hoppe dijo que pueden ser rechazados de un sitio pero deben ser «libres de buscar otro». Por eso, aunque no esté de acuerdo con su modus vivendi, cree que pueden encontrar su lugar en el mundo.

Y esto significa que…

Puedes deducirlo fácilmente. Si Hoppe reconoce la libertad de los homosexuales para asociarse [i] y también reconoce que en un mundo libertario existen una gran variedad de comunidades con reglas y criterios de admisión y discriminación diferentes [ii], no hay nada que impida que los homosexuales creen su propia comunidad. También podría haber una sociedad «normal» donde existan personas que exhiban abiertamente sus preferencias sexuales. Por el contrario, habría otras que condenarían la falta de pudor en público (las de pacto conservador con las que Hoppe trató de ejemplificar). Mientras los homosexuales sean, en sus palabras, «libres de buscar otra comunidad» podrán crear la propia suya o integrarse con gente que quiera asociarse con ellos. El hecho de que Hoppe conciba la idea de que existirán múltiples modelos de comunidades distintos a su preferido (conservador) muestra que está abierto a las muchas posibilidades de asociación humana.

Bajo las propias premisas y reconocimientos de Hoppe, podrían existir comunidades que incluyan a la gente «intolerante» o conservadora. Debido a la enorme diversidad de comunidades, quizás existirían algunas donde él mismo podría estar vetado si así lo deciden sus miembros. Seguir su idea, de hecho, resulta beneficioso para aquellos que lo odian pues les da la libertad y derecho de excluirlo del lugar donde residan. Otras comunidades, tal vez, admitirían la presencia de ambos «tipos» de personas pero atados a normas básicas de convivencia, obligándolos a tolerarse mutuamente. Ya sabes: sin ataques físicos, ataques verbales, difamaciones, amenazas, calumnias ni sembradíos de discordia entre Hoppe y sus críticos. Al pasar del tiempo, podríamos comparar cuáles son las comunidades más prosperas y cuáles no. Marty, Benegas y compañía podrían poner a competir su modelo de sociedad con el de Hoppe siguiendo su propuesta.

Gente que no aprende

Sabiendo que planteaba un ejemplo y que su planteamiento comprende lo que en su momento dijo Rothbard, Hoppe sabía que no dijo nada malo. Por esta razón le dijo a Deist que todo fue una confusión inducida por los críticos progresistas. ‘‘En algunos círculos «despiertos», mencionar la homosexualidad y la expulsión en una misma frase aparentemente lleva a un vacío intelectual y a una pérdida de toda comprensión lectora’’ comentó en la entrevista. ‘‘Al final, toda la campaña de desprestigio fracasó e incluso se revirtió, aumentando mi propia popularidad y la influencia del libro’’ reconoció. Una consecuencia inesperada por los críticos es que, más que desprestigiar a Hoppe, solo consolidan más su imagen. Justamente con ese impulso es que llegó sonar en la alt-right y muchos terminaron siendo libertarios al lograr penetrar más allá del círculo de los mismos de siempre.

Tal impulso contraproducente para los críticos no solo hace que Hoppe llegue más lejos en cuanto a ámbitos donde su nombre resuena. También motiva la investigación interna sobre su obra para ver si las acusaciones en su contra son verdaderas, falsas o matizables. Lo que estás leyendo aquí es un ejemplo de eso. ¿Qué defiende, entonces, el economista alemán? Pues como condición necesaria para preservar la libertad de asociación y la reserva de admisión, se necesita discriminar (sin blancos concretos). En la totalidad del orden libertario, se exige que los únicos que deben ser vetados sean los demócratas y comunistas dado que son inherentemente estatistas. A tales efectos, esos son los únicos «indeseables» y el resto quedaría a juicios y preferencias de las comunidades que existan en el orden y lo que deseen preservar. Allí cada quien decidirá qué quiere (y qué no).

El derecho a discriminar

Mencioné anteriormente que el derecho a discriminar es prerrequisito para tener libertad de asociación y de ahí la reserva de admisión. Para muchos sonará lógico, pero otros tantos (progresistas sobre todo) no lo tendrán tan claro, así que dedicaré este punto a explicarlo. Todo se deduce de forma axiomática: de raíz, tú no tienes el tiempo ni la capacidad para entablar relaciones interpersonales con todos en el mundo. Tienes una sola boca, un solo cerebro, memoria limitada y fecha de vencimiento (también conocida como esperanza de vida), pero no puedes aislarte. Si bien hay gente ermitaña, son casos excepcionalmente raros porque contrarían la naturaleza gregaria del ser humano; contra su sociabilidad. También aislarse nos aparta de los beneficios de la cooperación humana y los intercambios de bienes e información.

Por consiguiente, debes elegir con quién vas a relacionarte teniendo en cuenta el escaso tiempo que tienes y tus limitaciones.

Basado en esto, necesariamente para socializar debes discriminar porque una elección significa no tomar otra alternativa. Si no puedo ir a pie hasta la china para conocer a un chino, elegiré no conocer a los chinos y hablaré con mi vecino. Por eso estoy prefiriendo entablar una relación interpersonal con mi vecino mientras discrimino al chino en base a mis preferencias, en este caso la distancia. Si usando el acceso a Internet puedo conectar con gente de todo el mundo, mi memoria es limitada y no puedo escribirme ni hablar con todos. Decidiré, entonces, mantener a un grupo cerrado de amigos para utilizar de forma más eficiente y satisfactoria mi cuerpo y mi tiempo para socializar. Ahora, tomar esta decisión (tener un grupo cerrado de amigos) implica discriminar al resto del mundo con el que no me asocio. ¿Por qué elegir a ese grupo de amigos y no  otros?

Discriminar, preferir, elegir: llámalo como quieras

Naturalmente como seres humanos tenemos ciertas preferencias y nos gustan ciertas cosas de las personas, mientras nos desagradan otras. El grupo de amigos que tengas se puede configurar en base a tus preferencias: distancia, higiene, gustos musicales, intelecto o cualquier otra cosa. Eso yace en ti. Ahora, para tú elegir ese grupo de amigos en los que gastarás algo de tu tiempo y energías, los individuos deben cumplir con tus expectativas. Si a mí me agrada que los individuos integrados en mi grupo se bañen, me asociaré con estos mientras que rechazaré a los desagradables. Así tomamos las decisiones para hacer amistades y, al elegir quien entra (y quién no) a nuestro círculo de amigos en base a lo que nos gusta de la gente, discriminamos. Si yo elijo rechazar de mi círculo al que no se baña, lo discrimino por su higiene.

Ahora, si yo no busco tener a socialistas en mi círculo porque me desagrada su ideología política asesina, los discrimino. Y si no deseo ser amigo de asesinos, pederastas o violadores —probablemente nadie quiera serlo— los discrimino porque sus acciones atentan contra mis valores y los derechos de las personas.. No existe ningún problema con eso y en eso se basa la libertad de asociación para decidir con quién (y con quién no) nos juntaremos. Con la reserva de admisión pasa igual pero eligiendo quien (y quien no) ingresa a nuestras propiedades. Hoppe entendía muy bien esto. ‘‘Toda propiedad privada presupone una discriminación. Pues si tal o cual cosa me pertenecen, ello quiere decir que a usted no le pertenece y que yo estoy facultado para excluirle a usted de ella. Puedo consentirle que use mi propiedad bajo ciertas condiciones, pero puedo igualmente expulsarle’’ escribió en Democracia.

Reserva de admisión, discriminación y propiedad privada

No me gusta la gente ruidosa, ni los socialistas, ni la gente de ANTIFA, ni los socialdemócratas, ni la gente con pésima higiene. No me asociaría con ellos y, como dueño de mi casa, tengo la potestad de elegir si estas personas pueden o no entrar. En eso precisamente consiste la reserva de admisión, que consigna el prerrequisito de discriminar para determinar quién ingresa o no ingreso a algún lado. Las feministas que pusieron un café en Australia donde se cobraba un 18% más a los hombres —usando su reserva de admisión para discriminar sobre la entrada— estaban en su derecho de hacerlo y la izquierda no se quejó de esta clase de discriminación. El negocio cerró poco después por castigo del mercado, pero las malas consecuencias de su discriminación no implican la inexistencia de ese derecho. Libertad de acciones implica asunción de consecuencias. Eso es algo que debemos entender.

Suponiendo que el dueño de un negocio prefiere contratar a mujeres voluptuosas a contratar mujeres no tan voluptuosas pero más eficientes, está en su derecho (libertad de contratación) si la contraparte acepta. Pero, como bien apuntó el economista Sergio Martínez (de Tu Economista Personal), su productividad y rentabilidad estarán en juego. ¿Es una decisión caprichosa y arbitraria? Sí. ¿Implica eso que la libertad de contratación sea mala? No, porque cada quien puede ejercer sus derechos, pero debe atenerse a las consecuencias. Además, tú puedes estar en contra de lo que hace la gente con sus derechos naturales, pero eso no desaparece el derecho en cuestión. Seguirá existiendo independientemente de cómo lo usen las personas. Eso sucede con el derecho a discriminar: existe, y es base fundamental de otros derechos que defendemos, pero puede discutirse su uso «adecuado» o «ético».

¿Cuál es el problema de discriminar?

Si defiendes la libertad de asociación y la integración voluntaria, es necesaria la pre-existencia de la discriminación para que las personas materialicen sus preferencias. El problema de discriminar no es la discriminación en sí misma, sino a quién se le aplica esa discriminación, por qué y de qué forma. Ese es el punto controvertido: que Hoppe cree que debe excluirse a cierta gente desagradable por sus formas de vida. Todos creemos eso, pero con distintos sujetos de discriminación (criminales, socialistas, fascistas, antidemócratas, entre otros). Los mismos demócratas discriminan cuando dicen que «no hay cabida para los fascistas en una sociedad democrática», condenándolos por su ideología. Muchos socialistas, progresistas y socialdemócratas nos discriminan por ser libertarios imputándonos estereotipos de toda clase solo por ser nosotros. Vivimos discriminando, no importa cuánto lo neguemos. Ello refleja una realidad que muchos ignoran mientras se señalan con el dedo.

Con eso no pretendo justificar que la discriminación sea un derecho: ya lo hice antes dado que si se erradicara, no podríamos socializar sin reventar. Lo que digo es que todos se quejan de la discriminación, pero todos la ejercen de forma hipócrita. Sí, es evidentemente un problema criticar a la gente equivocada con el fin de mantener un orden social cualquiera y no defiendo totalmente a Hoppe. No me agrada la gente homofóba, tránsfoba (puede ser controvertido, pero incluso si crees que tienen una enfermedad mental debes reconocer que son personas vulnerables), racista ni xenófoba. Por eso creo que cualquiera está en su derecho de excluirlos de sus círculos sociales y propiedades, pero también debe funcionar al contrario. Si no se decide sobre propiedad ajena no se limita la reserva de admisión y, segundo, hacerlo sería paradójicamente discriminatorio (positivamente) al privilegiar a X sector.

Hipocresía, no solo algo propio de zurdos

A lo que quiero llegar es que puedes ser perfectamente libertario, tener preferencias y discriminar a la gente. En ese mismo orden propugnado por Hoppe, si eres progresista podrías excluirlo a él y a todos los que piensen como él de tu comunidad. En esencia, este tipo de ostracismo es el que pretende aplicarle Antonella Marty a Hoppe denigrándolo ante el mundo para excluirlo del libertarismo. No tendría nada de malo querer excluirlo de tu círculo, pero no todo en la vida es libertarismo; también hay moral básica de por medio.

Acá opera, como ya expuse a lo largo del artículo, un intento a gran escala de calumniarlo en base a la mentira y la ignorancia: una cosa es discriminar, otra difamar. Además, si tanto se quejan de que Hoppe es un intolerante, ellos (sus críticos) deberían predicar con el ejemplo dejando de bloquear a discreción.

Los muchachos de la delegación regional navarra del Club de los Viernes expusieron un pantallazo mostrando que Marty los bloqueó. Bien si ella se queja de la intolerancia ajena, no es capaz de tolerar a los que piensan distinto. Lo mismo pasó con otras personas que tuvieron que pedir screenshots para leer lo que dijo de Hoppe ya que estaban bloqueados.

No es que dijeran algo particularmente grave, simplemente disintieron y hay una larga lista de bloqueados que incluye a Diego Giacomini (le puntualizó errores). Con este último en particular tuvo una discusión acalorada donde lo primero que le respondió a Giacomini fue ‘‘Hola Diego, no sé quién sos’’ y llevó a agravios de lado y lado. No solamente se evidencia una profunda incongruencia, desconocimiento e irresponsabilidad de estos «referentes», sino también una enorme falta de humildad. Deberían revisarse antes de lanzarle la piedra a otro.

Liberalómetro beneganiano

Parece increíble cómo menos de 240 caracteres y tres citas blandas usadas para comunicación espuria y demagógica pudieran encubrir tantos errores y falsedades. Pero aún no hemos acabado con todo el desmontaje a la «infamia» de Hans-Hermann Hoppe. Otro autor que citó Marty para respaldar sus tweets fue José Benegas, un abogado y periodista argentino que se opone a la fusión del conservadurismo y el libertarismo. Para él, el tipo de ideas que profesan Hoppe y autores similares son anti-liberales por lo que debían vetarse del movimiento etiquetándolas comúnmente como fascistas, pero ahí entra el primer error. Sus premisas yerran porque no entiende los conceptos que utiliza y los intercambia como si fueran cartas de Pokemon. En el artículo que Marty citó de Benegas llamado «La izquierda de Hans Hermann Hoppe», este señor dijo: ‘‘Uso libertario como sinónimo de liberal’’. Primer strike de muchos.

Un liberal no es lo mismo que un libertario, empezando porque el concepto de liberalismo tiene muchas corrientes distintas entre sí. No resulta difícil: existe el liberalismo clásico, el liberalismo americano moderno (socialdemocracia), el socioliberalismo, el liberalismo progresista, etc. Quien adscriba a cualquiera de estas corrientes es un liberal, pero no es un libertario y los libertarios no estamos interesados en identificarnos como liberales. Ahora bien, la idea predominante o central de lo que quiere el liberalismo es la intervención mínima del Estado. Con esto esperan que la libertad individual y económica logre proliferar. Los libertarios no buscan la intervención mínima del Estado; buscan su desaparición (si es posible) porque lo ven como un mal. El liberal, en cambio, persigue la coexistencia con el monopolio de la fuerza mientras quiere domarlo como si fuera un perro guardián de las libertades.

Los libertarios abandonamos el liberalismo

No sé si hace falta recordarlo, pero este intento fallido de los liberales de «poner al Estado en su lugar» nos costó su ascenso imparable. Desde la mitad del siglo XIX hasta nuestros días, el Estado nos pisotea con un crecimiento bestial tanto de la presión fiscal como del gasto público. Mientras accede a más recursos, más poder obtiene porque tiene más formas de ejecutar los planes de la élite política que domine en cierto momento. Todo esto lo pagamos nosotros al tiempo que buscan adoctrinarnos para creer que el robo está justificado en nombre causas sociales a conveniencia. En fin, los liberales fracasaron durante siglos, perdieron el poder, perdieron popularidad y su ingenuidad nos condenó al avance estatista. Bien advirtió Anthony de Jasay que resulta imposible controlar al Estado desde dentro, como quieren hacer los liberales.

Primero, la separación de poderes (forma de limitación interna del Estado) es una mera fantasía dado que recae en una falacia de lógica circular. El Estado solo es bueno si tiene los poderes separados, y los poderes están separados solo si el Estado es lo suficientemente bueno para separarlos. ‘‘El argumento de la separación de poderes, una vez invocado, se traduce directamente con demasiada facilidad en la confusión de suponer que el Estado es benigno porque los poderes están separados […] y los poderes están auténticamente separados sólo si el Estado es benigno’’ escribió De Jasay en la página 87 de su obra El Estado (Alianza Editorial, 1993). También está el detalle de que existen poderes más reales que otros: el Ejecutivo y el partido político detrás. Pueden ser ilegítimos, pero uno determina las dinámicas de la política y el otro ostenta la fuerza. Ilegitimidad no implica carencia de supremacía.

Liberal =/= Libertario

Mi objetivo acá no es tratar de exponer por qué los liberales fallaron aparatosamente y sus teorías sobre el Estado no funcionaron. Solo quiero remarcar que mientras los liberales son estatistas por definición, los libertarios vemos la ingenuidad y tomamos una posición más radical. La diferencia es, esencialmente, una cuestión de la actitud frente al Estado: nuestro nivel de aceptación y tolerancia al monopolio de la fuerza.  Para el caso de los liberales, tengan el prefijo «socio» o el sufijo «clásico», siempre toleran al Estado en lo que ellos creen que el Estado es bueno. Todos los libertarios, independientemente de si son anarcocapitalistas (cualquier variante incluidos los agoristas) o minarquistas, creen que es malo. Solo existe el debate de si resulta técnicamente posible remover al Estado en determinados campos de actuación, pero no se duda de su maldad.

Nuestro respetado Miguel Anxo Bastos ya explicó públicamente dos veces (que yo sepa) la diferencia entre un liberal y un libertario. ‘‘El liberal ve el Estado como algo —se ve en Mises por ejemplo, Mises es un liberal— bueno en sus ámbitos, quiere que tenga unos ámbitos concretos. Sobre todo la defensa y la justicia, lo pone bien claro en Liberalismo e incluso en la Acción Humana, defiende al Estado como algo bueno en esos ámbitos. El libertario ve al Estado como malo en todos los ámbitos’’ dijo el profesor Bastos en 2016 durante una entrevista en la Universidad Francisco de Marroquín. No por nada tanto los espacios académicos libertarios como las enciclopedias especializadas en política entienden al libertarismo como la radicalización del liberalismo. A tales efectos, es equívoco y fútil intentar intercambiar al liberal con el libertario y el liberalismo con el libertarismo.

Trampa dialéctica de Benegas

Lo que caracteriza al libertario se puede resumir como una cuestión de actitud y de percepción sobre lo que significa el Estado. Aquellos que se denominan liberales no comparten la misma actitud que nosotros, por lo que están ideológicamente diferenciados (aunque somos un subproducto del liberalismo). Esta diferencia es fundamental, además de obvia: naturalmente el libertarismo puede producir consecuencias y modelos que un liberal verá mal.

Benegas puede acusar a Hoppe de antiliberal, pero eso no significa que Hoppe no sea libertario, ni significa que Hoppe tenga que encajar en el liberalismo. Si se trata a un libertario de la misma manera que a un liberal, se oculta al público la posibilidad de que ambos estén disociados, puedan ser antagónicos y que incluso sean mutuamente excluyentes. Por ello, Benegas crea la ilusión de que si un libertario no es liberal entonces tampoco es libertario porque son lo mismo.

Para quienes lo leen se crea la sensación de que si Hoppe no es liberal, y por tanto tampoco es libertario, entonces es cualquier cosa. Benegas trata de sugerir que esa cosa que es Hoppe viene siendo un  libertarismo convertido en fascismo (un libro suyo se titula justamente así). Como los seres humanos pensamos desde el lenguaje y los conceptos (Jürgen Habermas lo entendió muy bien) la trampa lingüística cambia el pensamiento del lector.

De ahí que no se puede confundir al liberal con el libertario: porque no necesariamente un libertario debe compartir los mismos valores que un liberal. Ergo, un libertario puede ser libertario sin necesidad de ser liberal independientemente de que un liberal (aquí Benegas) te quiera aplicar el liberalómetro. Es más, ser libertario te aleja demasiado de tener una posición totalitaria porque no cuentas con un Estado.

Los principios libertarios no son fascistas

Juan Ramón Rallo escribió un artículo hace 12 años con motivos similares al de este pero mucho más compacto. Se llama «Lo que Hoppe si dijo» y no tuvo tanta atención como merece porque en ese momento las cosas no estaban tan divididas. El profesor Rallo ya esgrimió que Hoppe no aboga por exterminar de forma fascista a ecologistas y homosexuales: se salvan por los principios que él defiende. Es decir, si saca una defensa dura de la propiedad privada, eso incluye también la propiedad de los homosexuales, ecologistas, extranjeros y demás «víctimas» de la bilis hoppeana. Además, todavía se puede excluir a gente que no nos guste independientemente de quienes sean basándose en tres preceptos básicos. ‘‘Los principios son claros: libertad individual, propiedad privada y derecho de asociación. Que de ahí se deriven consecuencias que no nos gustan, no debería llevarnos a violentar los principios’’ escribió Rallo.

Esa defensa se extrapola a la libertad de asociación. Ambos llegamos a conclusiones similares de que los individuos considerados «indeseables» por Hoppe no se quedan sin derechos ni nada por el estilo. Los sujetos mencionados simplemente quedarían excluidos de ciertas comunidades (por residencia o presencia, depende de cada contrato) mientras que pueden regir o integrar otras comunidades más tolerantes. Rallo lo dice. ‘‘Nada impide que en un orden libre y espontáneo otras comunidades con finalidades distintas se constituyeran. De hecho, el propio Hoppe para despejar cualquier tipo de duda lo explica de forma explícita’’ apunta, citando luego la misma parte de Democracia que Kinsella citó en 2012 y que les mostré antes (nos referimos a la página 280, pie número 25). Dudosamente Rallo puede considerarse un defensor del fascismo y es porque en realidad aclaró lo evidente: Hoppe no es fascista ni de cerca.

Los hombres-blancos-heterosexuales de Benegas

A partir de las premisas erradas y los penosos errores de interpretación del liberal citado por Marty, salió absolutamente cualquier cosa. Más adelante en el mismo artículo, dice que ‘‘Hoppe, en otro lado, dice que en este momento se vive algo igual, porque el verdadero libertario es él, que cree en una sociedad donde predominen los varones blancos heterosexuales’’. Aquí hay dos errores. Primero, Hoppe no cree en la predominancia de hombres-blancos heterosexuales en su modelo de sociedad, sino todo lo contrario. Hoppe defiende los modelos familiares interétnicos.

En las páginas 238 – 239 de Democracia, dice que incluso aunque la mayoría de la población desaprobara las alianzas interétnicas, los nobles las adoptarían. Al hacerlo, buscarían «matchs» en función de las aptitudes del par, procurando que sean iguales de buenos. Una vez hecho, la práctica se difundiría. Apoyando el mestizaje independientemente del sexo del crío no apoya la supremacía blanca-varonil.

El alemán anticipó que ‘‘será en las grandes ciudades como centros de comercio y negocios internacionales, donde las parejas mixtas y su descendencia habiten, donde los miembros de diferentes etnias, tribus, razas, incluso si no se casan entre ellos, tengan un trato personal directo con los otros y donde se desarrollen los más sofisticados sistemas de integración y separación física funcionales’’.

Cree que en esas mismas sociedades, los ciudadanos ‘‘desarrollarían sus más refinadas habilidades personales y profesionales, etiqueta social y estilo’’. Por el contrario de lo que dice Benegas, Hoppe apoya el mestizaje y su predominancia sobre la sociedad del futuro porque no le importa el origen. Lo que le importa es que quienes se comprometen en una alianza aporten mutuamente y de ahí enriquezcan la genética y bienestar de su prole. Fue completamente innecesario decir que Hoppe busca la supremacía varonil-blanca-heterosexual.

¿Quiénes son las autoridades en la sociedad de Hoppe?

Que Benegas desconozca esto de Hoppe es curioso, porque al principio de su artículo donde mencionó la paranoia de los hombres-blancos-heterosexuales recomendó Democracia. Sí, recomendó el mismo libro donde las líneas del alemán desmienten la (paranoica) acusación que le hizo. ‘‘Hoppe es miembro del Mises Institute, discípulo de Murray Rothbard y autor de un buen libro llamado «Democracy, the God that Failed», donde con precisión señala las inconsistencias del concepto de representación política y como hasta la monarquía resulta ser menos peligrosa para las libertades individuales. Esa obra es muy recomendable […]’’ dijo Benegas. Si realmente hubiera leído el libro, sabría perfectamente que Hoppe es partidario del mestizaje. Eso excluye la posibilidad de que crean necesariamente en una sociedad dominada por hombres-blancos-heterosexuales. Tal vez se haya referido no al predominio de diversidad étnica entre los habitantes, sino al dominio político, de control, una nueva excusa para justificar sus argumentos.

De todas formas Benegas se equivocaría, porque Hoppe es elitista pero no discrimina en función de raza, sexo ni orientación sexual, sino de capacidades. Quienes fungen como autoridades y ejercen parcialmente funciones políticos son los nobilitas naturalis, que para él podrían originarse en cualquier sector de la sociedad. En las páginas 122 y 123 de Democracia, detalla para que su orden pueda existir debe haber una serie de condiciones preexistentes. Primero, debe revertirse la centralización política (independientemente si es de un sistema monárquico de o uno democrático). Propone que esto debe hacerse mediante la secesión para que se produzcan dos consecuencias: competencia político-fiscal y gobiernos más pequeños. Del achicamiento de las divisiones político-administrativas, se configurarían pequeñas regiones, comunidades o distritos donde aparecería la nobilitas naturalis.

Resulta curioso (otra vez) porque aunque muchos lo tachan de nacionalista, Hoppe propone métodos anti-nacionalistas para lograr sus fines.

Cuestión de valor individual

Es increíble cómo alguien puede confundir sus posturas tan distinguidas con una suerte de nacionalismo, fascismo o proteccionismo cuando es todo lo contrario. En fin, el alemán dice que solo en las sociedades enmarcadas dentro de estos nuevos órdenes podrían aparecer las autoridades. ‘‘En cualquier caso, sólo en pequeñas regiones, comunidades o distritos será posible que unos pocos individuos, apoyados en el reconocimiento popular de su independencia económica, destacados logros profesionales, vida personal moralmente impecable y superior capacidad de juicio y gusto, pongan en valor las autoridades voluntariamente reconocidas y presten legitimidad a la idea de un orden natural’’ plantea. Ninguno de sus requisitos discrimina por lo que dice Benegas (blanco, heterosexual o varón). Cuando se lee la nota a pie de página 56, Hoppe mismo dice que ‘‘a esta restringida capa de la nobilitas naturalis pueden acceder sólo unos pocos, procedentes de todas las capas sociales’’.

Como bien demuestra a lo largo de la obra y como ya se ha reseñado incontables veces acá, Hoppe no ve por cómo te ves sino por lo que vales: tus capacidades y méritos. Para él, las élites naturales deben cumplir con una serie de requisitos basados en: 1) Una vida ejemplar. 2) Brindar servicios a la sociedad de forma solidaria. 3) Integridad moral y autocontrol distinguidos. 4) Madurez de sus evaluaciones y juicios. 5) Ser defensores de la verdad y la justicia. 6) Estar apoyados (legitimados) por el pueblo en ‘‘una posición por encima de las clases de los intereses, de las pasiones, de la malicia y la necedad de los hombres’’. ¿Alguien lee que hay que ser hombre-blanco-heterosexual? Porque yo no. Reitero que esto se encuentra en su obra más conocida, una obra que Benegas mismo recomendó pero, al parecer, o no leyó o no entendió.

Más falacias de Benegas

Hay infinidad de cosas que José Benegas no entiende, no analiza o no busca analizar para entender las propuestas de Hoppe. En una de las tantas cosas que escribió, dice que ‘‘su cierre de carreteras para que las maneje [Richard] Spencer, viola todos los derechos de los propietarios conectados a ella’’. En esta línea dijo que Hoppe habla de las carreteras como una propiedad de los locales que los extranjeros usurpan o que las carreteras no son la propiedad de nadie particular. Demasiados errores para una oración. Primeramente, Hoppe no propone el cierre de carreteras; en realidad son los propietarios los que deciden si cerrar o no. Ya con eso Benegas inicia con una premisa falsa (como que le resulta costumbre). En segundo lugar, lo que propone en realidad Hoppe es el cierre de calles que se encuentren en comunidades cerradas como ya revisamos en el tema de la xenofobia.

Las carreteras nunca están cerradas en ninguna propuesta de orden (incluida la de Hoppe) porque conectan entre sí las ciudades o distritos para el comercio. En cambio, las calles —como funcionan hoy día— servirían para la circulación local dentro de la comunidad. Curioso resulta que Benegas critique a Hoppe porque ‘‘sus argucias son contrarias a la mínima capacidad de análisis’’ pero él no diferencia una calle de una carretera. Tercero, Hoppe no dice que los extranjeros usurpan las calles sino que su uso sin contribución constituye una disminución en la calidad de la vialidad. Por tanto, deben contribuir a su manutención con tarifas, impuestos o primas de admisión para compensar de la forma haría un residente. Pasa que existe un problema que el argentino oculta y es que, en estos casos, hay conflictos de derechos que debe resolverse con un tradeoff.

Falsedades sobre las carreteras

Por el contrario de lo que le adjudica su crítico argentino, Hoppe no cree que las carreteras deban ser necesariamente propiedad de una comunidad. A ver, evidentemente las carreteras actuales son propiedad del Estado, pero como el Estado las paga con nuestros impuestos, nos pertenece legítimamente a nosotros. A tales efectos, si tú (junto a otras personas) paga el diseño, construcción y manutención de las carreteras, entonces son tuyas (y de los demás financistas). De ahí se deduce que las carreteras sí son propiedad de alguien: de los locales que las financian, por lo que estos pueden decidir su manejo colectivamente. Ahí entra la figura de propiedad comunal que evitaría la tragedia de los anticomunes, pero existe otra alternativa reconocida por Hoppe. Como ya te estarás imaginando, él también cree que pueden haber propietarios particulares de carreteras que permitirían el acceso libre a ellas.

‘‘Los más inclusivos (en cuanto a admisión) son los propietarios de carreteras, estaciones de ferrocarril, puertos y aeropuertos, por ejemplo. El movimiento interregional es asunto suyo. En consecuencia, se puede esperar que sus estándares de admisión sean bajos, por lo general no requieren más que el pago de una tarifa de usuario’’ escribió Hoppe en su artículo «Secession, the State, and the Immigration Problem». Benegas creía (o cree) que el problema de Hoppe yace en que restringe la libertad de circulación, que para él resulta indisoluble de la libertad de contratación. ‘‘Para el mercado ni siquiera existe la «inmigración». Existen los contratos de trabajo, de compra venta y la adquisición de inmuebles, cuya propiedad es imposible sin estar asociada a la de circulación’’ escribió Benegas. De todos modos, esto nos plantearía al menos cuatro errores de razonamiento más, haciendo que dejen de ser efectivos como críticas.

¿Libertad de circulación?

Primero, no existe tal cosa como libertad de circulación en tanto los derechos de propiedad sobre las instalaciones de uso público estén definidos. La libertad de circulación de gente que no paga por tales bienes implica que otros subsidian el uso gratuito, por lo que funciona de forma parasitaria. Si fuera tan fácil decir que «nadie en particular» es el dueño de las carreteras, es igual de fácil decir que «nadie en particular» debe pagarlas. De no existir dueños tampoco habría porque no existen vínculos propiedad-propietario que implique la responsabilidad de financiar. Obvio que hay dueños: llámese los pagadores de impuestos, vecinos, asociados de la junta de condominio o concesionarios, financistas todos ellos. Si no eres dueño pero igual pagas sin derecho a voz ni voto para que un tercero lo utilice gratis entonces hay coacción y parasitismo. Nadie aceptaría ese régimen de propiedad voluntariamente.

Ese es el primer problema: no entiende que la propiedad sobre lo que hoy es público se debe imputar a quienes lo financian privadamente. Quienes pagan porque algo se lleve a cabo son, por antonomasia, los legítimos dueños de tal cuestión porque todo se hizo con sus recursos. En segundo lugar y por el mismo motivo, estos dueños tienen poderes sobre tal propiedad y pueden decidir si excluir o no a quien sea. Para el uso óptimo, los dueños de un camino deben asignarle valor para poder mantenerlo en buen estado y asegurar provisión futura del bien. En tercer lugar, ya Hoppe propuso una alternativa para que el tránsito sea relativamente libre con carreteras privadas. No hacía falta quejarse tanto. El quid de la no-existencia de la libre circulación yace en los derechos de propiedad y en que las instalaciones no se mantienen con maná.

Socialización de costos

Hoppe dice que no existe tal cosa como la libertad de circulación o de inmigración porque la gente ‘‘no puede moverse como le plazca. Donde quiera que una persona se mueve, se mueve en propiedad privada; y la propiedad privada implica el derecho del propietario a incluir y excluir a otros de su propiedad’’. La libertad de una persona de moverse depende de si quien(es) ostenta(n) la propiedad del camino, carretera o calle desea(n) tenerla allí. Tú no te puedes estar en todo lugar que quieras porque también debes considerar si te quieren a ti en ese lugar quienes lo financian. Naturalmente, no habrá mucho conflicto porque quienes tienen carreteras (por ejemplo) admiten a quien sea con tal de aprovechar su propiedad. Es como ser dueño de una vía de tren, o de una carretera privada en Chile, Suiza o España donde se cobra peaje.

El hecho de que tú uses libremente una carretera o calle en virtud de la libertad de circulación implica que nadie te puede restringir. Si nadie te puede restringir, entonces violentas la propiedad de terceros (vecinos, contribuyentes, etc.) que adquieren la obligación de dejarte usarla. Curiosamente, la libertad de circulación en realidad enmascara una treta iuspositivista que atenta contra los derechos de propiedad: obliga a los propietarios a subsidiar el uso de los no-propietarios y no-aportantes. Viene siendo paradójicamente antiliberal.  De aquí deriva el cuarto problema de Benegas. Como no reconoce propietarios ni derechos de propiedad, coquetea directamente con el socialismo. Una carretera existe, alguien hizo posible que existiera (pagándola) y la carretera todavía cuesta porque debe cubrirse su depreciación derivada de su uso. Cuando la usan quienes no pagan por ella (como con cualquier bien público de uso libre) entonces se externalizan los costos del uso; se socializan.

Muchos problemas para un párrafo

Recapitulando, Benegas se enfrenta a un problema conceptual (no-reconocimiento de la propiedad), de razonamiento (partió de algo que Hoppe ya resolvió), ético (obligaciones positivas  contra usuarios que poseen y pagan instalaciones públicas) y económico (socialización de costos). En economía, quienes usan un bien público de este tipo se les denomina gorrones o free-riders porque el bien existe pero no pagan por él.

Para tratar de cubrir este error, los economistas teóricos de los bienes públicos dicen que la solución es cobrarle impuestos todos por igual. Existe un método más preciso y ético que Hoppe propuso en «Falacias de la teoría de los bienes públicos», que es proveer los bienes privadamente. De ahí que Hoppe conciba dos posibilidades: Que los propietarios comunes decidan quienes usan las calles y que existan propietarios individuales de carreteras que cobren. Esto proporciona una solución, pero requiere pensar lo que no piensa Benegas.

Debo resaltar que Benegas todavía no concibe esta posibilidad sobre los caminos y carreteras porque según él ‘‘siguen siendo bienes públicos administrados por el Estado y como toda cosa común, no puede decirse que el criterio de su izquierda xenófoba  (la de Hoppe) sea mejor al de la otra izquierda victimizante’’. De plano esto es totalmente falso porque Hoppe en ningún trabajo suyo dice que el Estado debe administrar lo que llamamos bienes públicos.

En realidad es todo lo contrario, dado que sus predicciones de sociedad se ordenan en un marco de anarquía no-tradicional, pero si carente de Estado. Es más probable que Benegas, Marty y los liberales utilicen al Estado para prohibir lo que no les gusta a que lo use un paleolibertario. Al final del día, ellos son los que quieren mantener el monopolio de la fuerza existiendo porque creen que lo pueden controlar.

No es asunto moral

Hay un gran problema de todos los que critican a Hoppe cuando lo tachan de anti-liberal y es que, confunden lo que es el liberalismo. Claro, eso dejando fuera toda la enorme gama de falacias que utilizan para ensuciar la posición de Hoppe. Cuando tachan a Hoppe de anti-liberal lo hacen porque es racista (aunque apoya el mestizaje), xenófobo (aunque invita a chinos, turcos y jordanos a sus reuniones), homofóbico (aunque es amigo de personas que defienden el abiertamente la unión civil homosexual, como el mismo Sean Gabb) y ese tipo de cosas. El problema que señalan es de valores; una falla moral que existe en Hoppe por ser un prejuicioso-discriminador-facho-opresor que lo coloca en las antípodas del liberalismo. Sin embargo, no existe ninguna relación entre ser antiliberal y tener prejuicios porque ni el libertarismo ni el liberalismo son filosofías ético-deductivas, sino ético-normativas. O sea, son filosofías políticas.

Acá vamos al punto de que ni el liberalismo ni el libertarismo te exigen que derives tus valores morales de cierto modo. Ni siquiera te pide que apoyes ciertos valores sociales (por más que sea conveniente), sino que aceptes y promuevas ciertas normas de convivencia y preceptos jurídicos. En este caso son la propiedad privada, libertad de asociación, libertad contractual, autodeterminación política, reserva de admisión, libertad de comercio, etc. Tú puedes optar por el intuicionismo ético, la ética de la argumentación, el naturalismo jurídico o el utilitarismo (por poner algunos ejemplos) y ser liberal. Jeremy Bentham (utilitarista), Michael Huemer (intuicionista) y John Locke (iusnaturalista) son todos liberales, pero no siguen una misma filosofía moral, ni proponen ni tienen los mismos valores. No eres antiliberal cuando haces un chiste racista o no dejas pasar travestis a tu casa: te vuelves antiliberal cuando atentas contra los principios políticos.

Es una cuestión de política

Tanto el liberalismo como el liberalismo son filosofías ético-normativas que proponen normas para que las comunidades humanas convivan, más no valores sociales concretos. Los liberales progresistas creen que para ser liberal se tiene que ser necesariamente tolerante, inclusivo, LGBT+ friendly y demás cuestiones cuando no es así. El liberalismo no te pide tolerancia irrestricta porque no te pide que internalices preferencias sociales dadas ni un arreglo de valores prediseñado, «por default».

En esencia, lo que te pide es que si estás en desacuerdo con los valores o formas de vida de un tercero, no lo agredas. Si no te gusta que una persona sea gay, puedes hablarlo con la almohada o prohibir que entren en tu casa, pero hasta ahí. El libertarismo te pide lo mismo con la condición adicional de que no puedes usar al Estado para prohibir lo que no te gusta.

Como individuo, puedes estar tan en desacuerdo con la homosexualidad, el feminismo, la transexualidad, Dragon Ball o cualquier cosa siempre y cuando no agredas físicamente. Tampoco puedes usar el monopolio de la fuerza para censurar a las feministas, homosexuales o a Gokú, ni puedes asesinarlos. Aunque Hoppe tuviera prejuicios contra ciertas minorías sexuales, étnicas o religiosas (que no los tiene) eso no lo hace antiliberal ni antilibertario.

Si quisiera justificar sus asesinatos, despojarlos de sus propiedades o desconocer sus derechos, sí tendríamos un problema, pero no lo hace. No podemos contar el supuesto «derecho de circulación» porque necesariamente conduce a violar los derechos de propiedad de quienes pagan la vialidad. Por eso sus críticos además de fallar en tildarlo de xenófobo, racista, homofóbico y nacionalista (porque no es nada de eso), también yerran en deducir que aun siendo eso, también es antiliberal o antilibertario.

Alta compatibilidad

Gracias a esta baja restrictividad con los valores morales por parte del liberalismo es que existen dos fracciones conocidas. No es nada más nuevo que hablar del liberalismo conservador (lobos conservadores) y del liberalismo progresista (liberprogres). Ellos no se distinguen porque propongan sistemas políticos distintos o porque sus modelos económicos favoritos sean diferentes, para nada. Todos creen en un Estado pequeño, en un gobierno limitado, en la propiedad privada como base fundamental de una economía que debe ser de mercado, y así sucesivamente. En las discusiones, ambos se la pasan sacando los índices de libertad económica para demostrar que empíricamente sus ideas funcionan, o colocan ejemplos históricos de países relativamente libres como Nueva Zelanda o la «liga nórdica». Se distinguen por tener valores sociales y una preferencia de esquemas morales radicalmente distintos entre sí que cambia los apellidos, pero no el nombre.

Un poco más progresista, un poco más conservador; puedes ser igualmente liberal siempre que respetes los preceptos básicos del sistema político. Alerta de spoiler: ninguno de ellos te dice que no debes discriminar, que debes proveer subsidios o que te deben gustar ciertos estilos de vida. A pesar de sus calumnias, mentiras y valores cuestionables, no diría que Antonella Marty, José Benegas o Gloria Álvarez no son liberales. Tampoco me atrevo a decir que John Locke no es liberal (aun viéndolo en nuestros días) por tener posturas naturalmente conservadoras de su época. Miguel Anxo Bastos sigue siendo libertario aun siendo conservador y católico, igual que Jesús Huerta de Soto (posiblemente el más grande divulgador hispano del austrolibertarismo). Ninguno de ellos deja de ser libertario o, en su caso, liberal, por ser más o menos religiosos o por ser más o menos conservadores.

Sectarismo iliberal

Todos siguen siendo lo que son aunque sus seguidores (y ellos mismos, especialmente los progresistas) se la pasen matándose entre sí. Una cosa es ser un purista que predica con liberalómetro en mano —aunque tenga un marco analítico errado para juzgar— y otra es que realmente alguien no sea liberal o libertario.  Querer excluir a otros del movimiento forzosamente basándonos en criterios absurdos, como pasa con Hoppe, solo nos vuelve sectarios. Muy posiblemente con este intento de imponer un pensamiento único para convertir el liberalismo en un club de amigos se termine perdiendo toda la diversión. Mucho hablan Benegas y otros «críticos» como Alejandro Bongiovanni de la decadencia del movimiento libertario, pero deben replantearse esa decadencia. ¿No es decadente lo que tratan de hacer queriendo vetar las corrientes conservadoras bajo la excusa de que son antiliberales? ¿Y no es degenerativo tratar de sectarizar todo el movimiento solo porque les desagrada Hoppe?

¿Esto no es lo que busca la izquierda al tratar de mostrarnos como gente ermitaña, reprimida, hostil y dogmática que ni siquiera se tolera entre sí? Porque si es lo que quieren para desprestigiar a todos los liberales y libertarios —conocidos o no, divulgadores o no, progresistas, conservadores y quien se ampare en la causa de la libertad— entonces lo están logrando. Siendo que a nivel discursivo son muy útiles las falacias de composición y generalización (de las que a propósito se valen los críticos de Hoppe para denigrar a todos los paleolibertarios) es más conveniente, por motivos de relaciones públicas, no proyectar esa imagen. Tendría sentido si Hoppe fuera despreciable, pero punto por punto hemos visto que no y, por el contrario, leyéndolo se sabe que es al revés. Nunca hubo necesidad alguna podemos terminar pagando todos por pecadores simplemente por la altivez y prepotencia de algunos.

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