Lo que Chile llegó a ser antes del desastre constituyente, en 44 gráficos
Líder en erradicación de pobreza, desarrollo humano, crecimiento económico, productividad, fortaleza fiscal y muchas cosas más... Eso era Chile previo a tener una cartera de constituyentes dominada por la izquierda y con dos meses trabajando sin presentar un solo artículo.
Odio por un lado, elogios por otro, criticas al centro y defensas en su retaguardia: el modelo chileno acoge tanto amor como desprecio. Cuando las protestas explotaron en 2019, el proceso político iniciado pretendió reemplazar el sistema que puso a Chile donde está. Ahora, ¿dónde se supone que Chile se encuentra comparada con otras naciones de América y el mundo? Para la izquierda (véase socialistas, comunistas, socialdemócratas y progresistas) el estallido fue una demostración de que Chile se veía mal. Sin embargo, las protestas dejaron muchas consecuencias negativas, ningún beneficio a la fecha y una Convención Constituyente que es la burla del mundo. Las protestas dejaron un atentado terrorista, iglesias quemadas y saqueos, una caída del turismo superior al 20% y contracción económica del 3.4%. ¿Y el proceso constituyente? Eso es algo que merece analizarse para entender por qué este texto existe, pero las conclusiones preliminares no son positivas.
En noviembre de 2019, una comisión especial creada por el Congreso de Chile aprobó arrancar un proceso para crear una nueva constitución. Partieron por elegir a los convencionales constituyentes; las personas encargadas por la población para redactar en su nombre otra carta magna. Al terminar las elecciones, los resultados le dieron una oportunidad a la izquierda de asentar un nuevo sistema para el país austral. ¿Por qué? Primeramente aunque muchos se enorgullecen de que la mayoría de los convencionales sean independientes, eso no hace que sean políticamente neutrales ni pragmáticos. Nada de eso. Casi el 60% de los protagonistas del proceso constituyente son de izquierda: bien sea trotskista, marxista-leninista, estalinista, progresista, socialdemócrata o indigenista. Y sí, tienen la oportunidad, pero la Convención Constituyente hasta el momento no pasa de ser la mayor vergüenza de las instituciones chilenas.
Proceso constituyente: ¿más desastre que proceso?
Los asientos en la Convención se reparten de la siguiente forma: 37 para la coalición Vamos Por Chile (centroderecha), 28 para Apruebo Dignidad (izquierda progresista, ecologista, feminista y socialista), 27 para la Lista del Pueblo (izquierda trotskista), 25 para la bancada Apruebo (izquierda socialcristiana, socialdemócrata y progresista) y 11 adjudicados a la lista de Independientes No Neutrales. Estos últimos tienen un ideario igualitarista que respalda ahondar la intervención estatal y propone una agenda progresista, figurando como socialdemócratas. Fuera de estas coaliciones hay 27 convencionales, de los cuales 17 se asignan a representantes de los pueblos indígenas. Veamos los 10 puestos remanentes. Una de ellos pertenece a Cristina Inés Dorador, proviene del Movimiento Independientes del Norte (Distrito 3), con una propuesta feminista, ecologista, e igualitarista. Algunos planteamientos son la incorporación del enfoque de género, el reconocimiento de animales como sujetos de derecho y la fundación de un «Estado solidario».
Alejandra Alicia Flores es otra candidata adscrita a Independientes de Tarapacá (Distrito 2) que revisaremos. Increíblemente, los planteamientos de su movimiento son virtualmente idénticos a la de Cristina Dorador (sí, la de carácter feminista, ecocéntrica, animalista e igualitarista). Bastián Labbé es otro candidato de lista única, la Asamblea Popular Constituyente, cuyo objetivo declarado es hacer a Chile un país «igualitario y antipatriarcal». Solo sumando estos tres candidatos a los otros 91, el 60.6% de los redactores pertenece a algún tipo de izquierda. Pero que sean de izquierda es solo una problemática extra: a un mes de comenzar a sesionar, la Constituyente dio señales de caer por golpes internos. Sí, los escépticos del proceso deben tener una incomodidad intrínseca el arribo izquierdista, pero deben enfocarse en otra cosa.
Estructuras débiles, decadencia institucional
Admito que puede resultar prejuicioso decir que Chile va a ser un desastre solo porque la mayoría de sus convencionales son de izquierda… Socialdemócrata, socialista, comunista, progresista, feminista, igualitarista, una amalgama de tonalidades en ese lado del espectro. Pero el desastre constituyente se caracteriza porque las principales estructuras de la izquierda se auto-derribaron y con ella se llevaron la seriedad. El ejemplo más vivo es aquel que se retrata en la portada de esta columna: un pikachu y un dinosaurio presentes en el Congreso. Giovanna Grandón es la persona detrás del traje: aquella mujer a la que llaman «tía Pikachu». Para ella, a quienes les disgusta este acto debe ser porque lo ven ‘‘muy popular para su gusto’’. Yo digo que tal vez vestirse de pikachu para un acto político es más un acto bizarro que una muestra de estar en contacto con el pueblo.
Ese fue el primer signo de deterioro y otros convencionales, como Ricardo Neumann, criticaron que este bochorno ocurriera en el Congreso de Chile. Aun así, no podemos decir que este acto, por más ridículo que parezca, es la liquidación definitiva de la institucionalidad. Sí, es una muestra de deterioro por la falta de seriedad en el proceso político, pero no es el fin del mundo. ¿Saben qué es peor que eso? Que la Lista del Pueblo, la segunda bancada más grande de la izquierda y la lista más amplia de los convencionales independientes, dinamite su propia estructura. De 27 convencionales que fueron elegidos dentro de esta coalición de extrema izquierda, 17 se dieron de baja en menos de un mes de actividad. Y eso no es lo peor: Rodrigo Rojas Velarde, otro constituyente de esa misma lista, admitió el 4 de septiembre que fingió sobre tener cáncer.
¿Un nuevo futuro cimentado sobre qué?
Quizás para muchas personas de derecha en general reciban como una noticia agradable que los constituyentes de izquierda caigan bajo su propio peso. Me temo que las cosas no son tan simples, porque la desnudez de sus mentiras no es equivalente a que dejen de ser los encargados de redefinir el sistema político chileno. Si la lista se fragmenta, ellos no salen del proceso sino que se trasladan en otra lista redimida (la tienen justo ahora). Fueron elegidos, no van a dejar de ser quienes escriban la nueva Constitución de Chile y van a seguir ahí. La autodestrucción, el engaño, la bizarría y la mentira son los fundamentos de un sector representativo de esa izquierda que quiere «reconstruir» a Chile. Esos son los cimientos —por ahora— del porvenir y aunque a ojos de algunos sea bueno que la izquierda se destruya a sí misma, si se dinamita arrastrará todo consigo.
A estas alturas es notoria mi preocupación sobre el hecho de que la institución más importante de Chile en este momento se encuentre así. Íntimamente me preocupa que esté repleta de gente afín a ideas de izquierda, pero agobia más que se llene de gente tan torpe (o maquiavélica). Previo al estallido social, las instituciones chilenas integraban el 25% de instituciones más sólidas del mundo según el Reporte de Competitividad Global 2017–2018. Lógicamente, los escándalos de los últimos días y el hecho de que las nuevas élites no puedan pasar ni un mes sin desplomar sus propias plataformas no ayuda a que Chile avance. Más aun, estos liderazgos presuponen un riesgo para aunque sea mantener en alto el nombre de Chile, propósito al que sirve este artículo.
Alarmas encendidas
Aceptando como plausible que son signos primarios de decadencia institucional la toma del poder de élites autodestructivas, mentirosas y bizarras, debemos aclarar algo. Las instituciones son importantes para el crecimiento económico: transforman la incertidumbre (no saber) en riesgo (identificar posibles daños y protegerse contra ellos). Y como explicó Douglass North, las instituciones recompensan o castigan ciertos tipos de comportamiento y al formar las reglas del juego, disminuyen costes de transacción. Rebajar estos costes consistentes en diseñar, monitorear o ejecutar intercambios es primordial para incentivar la adquisición de conocimiento liberando tiempo e incrementar la producción. La última condición (hacer más rentables nuestras acciones) deviene de ahorrar recursos para emplearlos a fines más valiosos en vez de desperdiciarlos haciendo cumplir transacciones. No es extraño pues que la calidad y eficiencia de las instituciones esté íntimamente ligada a la riqueza de los países.
Como se puede ver en el gráfico, mientras mejor calidad institucional tienen los países evaluados (135, representados por puntos aguamarina) tienden a ser más ricos. El efecto de las instituciones es tan poderoso que sociedades con igual cultura, idioma, demografía y geografía pueden tener una diferencia abismal en la riqueza. Casos representativos son el de las dos Nogales o la diferencia de desempeño entre colonias españolas y colonias anglosajonas, presentados por Acemoglu y Robinson. Sin embargo, cuando las instituciones promueven la incertidumbre y se comportan de manera ineficiente, merman los incentivos reproduciendo la percepción de inseguridad. Ya la mayoría (61.9%) de constituyentes chilenos coincide en restringir la inversión extranjera, y aunque comenzaron a trabajar hace dos meses, no tienen ningún artículo redactado. En esta situación, lo que pronostica la teoría económica es una reducción del crecimiento y del bienestar subsecuente.
Por lo básico: el brutal crecimiento económico de Chile
¿Qué era Chile antes de encontrarse en una situación transicional tan ridículamente triste? Sé que posiblemente resulte muy cliché empezar con el aspecto por el que más se invoca a Chile, que es un formidable crecimiento económico. Igualmente no es el único tema que veremos: hay indicadores de solidez fiscal, solvencia, competitividad, pobreza, salud, movilidad social, salarios, economía hogareña, productividad y talento. Pero es necesario entender que todo el desarrollo posterior se produce a partir de la riqueza que trae al país el crecimiento. Para todo se necesita financiamiento, el financiamiento sale de la riqueza; más riqueza permite más financiamiento y para tener más riqueza se necesita crecer. A partir del primer milagro chileno (1975) y hasta la salida del dictador Augusto Pinochet (1990), la economía creció 96%. Hasta el estallido social, nunca paró de consolidarse como la de más rápido crecimiento en América Latina.
Si contamos todo el crecimiento desde 1975 hasta ahora, el PIB per cápita de Chile creció 228%, superando por lejos a sus países vecinos. En comparación, Uruguay creció 135.73% mientras que Argentina, que en aquel momento era más rica que Chile, creció apenas 43.3%. Viéndolo frente al crecimiento promedio de Latinoamérica, del 61%, Chile alcanzó a crecer cuatro veces más rápido. Partiendo de una posición desventajosa donde la inflación llegó a superar el 500% anual, con fuertes bajas en el consumo (el salario medio se redujo durante los años de Salvador Allende en tres cuartas partes) Chile logró recuperarse y hoy es el país más rico de la región. Naturalmente, la posición a la que llegó con el modelo que ahora quiere desecharse le permitió desarrollar otra decena de áreas gracias a su riqueza. ¿Resultó importante el crecimiento?
¿Por qué el crecimiento importa? Caída de la pobreza
Revisiones realizadas por el Banco Mundial en el 2004 analizando las políticas económicas de Chile entre 1980 y 1990 hicieron hallazgos interesantes. Para conectar esos estudios con esta sección, el crecimiento económico fue responsable del 60% de la reducción en la pobreza por esos años. En el momento de la revisión, pasaron 29 años del primer milagro chileno (1975) y 19 años desde el segundo milagro (1985), espacio temporal considerable. El otro 40% se atribuyó a los programas sociales que, dicho sea de paso, fueron financiados con los recursos generados por el mismo crecimiento económico. Alejandro Foxley, economista del Banco Mundial, destaca que los gobiernos democráticos tuvieron una estrategia basada en profundizar el mercado de capitales, aumentar la inversión y mejorar el empleo, manteniendo el modelo pro-mercado. Eso se suma a la implementación de medidas contracíclicas sustentadas en superávits fiscales. ¿Resultados? Véalos.
Tenemos dos tasas de pobreza: total y extrema. La tasa de pobreza total expresa el porcentaje de la población que vive con menos de 10 dólares al día, respondiendo a estándares internacionales. Este es el doble de la línea de pobreza a 5.5 dólares al día, que complementa el umbral de pobreza extrema. Cuando hablamos de pobreza extrema, nos referimos a quienes viven con menos de 1.90 dólares al día. Ahora, Chile logró reducir su tasa de pobreza total del 77.1% en 1985 al 18.6% de la población en 2019, acorde con datos del Banco Mundial. Viendo el número de personas, la pobreza total se redujo de 9.450.869 personas en 1985 a 3.527.756 personas en 2019, disminución del 62.67%. Por otro lado, la pobreza extrema se erradicó en 2015, cuando menos del 0.3% de la población chilena vivía con menos de 1.90 dólares diarios.
Tratando la pobreza con umbrales nacionales
Inicialmente, cuando se gestó el segundo milagro chileno, la pobreza extrema arrancó en el 13.66% de la población, así que la erradicación fue un éxito. Pasar del 13.66% al 0.3% implica reducir la pobreza extrema 45 veces, logro que Chile alcanzó gracias al crecimiento económico sin precedentes. Teniendo en cuenta que tres cuartas partes de la población calificaban como pobres y en 2019 eso bajó cuatro veces, el modelo resultó un éxito. Y es que, como diría el exministro de Hacienda chileno, economista y autor del segundo milagro, Hernán Büchi, todo fue un continuum. La solución fue hacer más con menos, sanear cuentas, apuntar a los superávits en época de vacas gordas y tener un colchón para las crisis. A estas alturas puede ser que algunos no cuenten la reducción de la pobreza como exitosa porque las líneas de pobreza deben ser nacionales.
Aun si concediéramos ese punto y tiráramos a la basura el estándar internacional, no hay ninguna diferencia: la pobreza cae igual. El año pasado, el gobierno chileno y la PNUD publicaron un informe que sigue la (in)evolución de la pobreza entre 1990 y 2017. Básicamente, probaron las distintas metodologías empleadas por las Encuestas de Caracterización Socioeconómica (CASEN) desde su llegada en 1990. Los cálculos de la metodología más reciente, que sigue las preferencias de consumo actuales —cuando Chile es un país rico— muestran una caída admirable. La línea de pobreza corresponde a cuatro veces el valor de la canasta básica alimentaria (CBA), que costó 42.937 pesos en 2019, basada en dichas preferencias. Retrospectivamente, Chile logró reducir la pobreza del 68.5% de los hogares a un mínimo de 8.6% bajo la línea de pobreza nacional.
Cómo era la pobreza en Chile durante la era de Allende
Da totalmente igual si evaluamos las carencias con cualquiera de las líneas de pobreza internacionales o si preferimos hacerlo con las nacionales. La reducción de la pobreza en Chile es totalmente innegable, pero se hace más sorprendente cuanto más viajamos al pasado. Yéndonos a la primera vez que se trató de medir la pobreza extrema a nivel nacional veremos que esta arrastró al 20.75% de la población. Fue en 1974 (cuando se trató de controlar las secuelas del desastre de Allende) que economistas de la Universidad Católica de Chile sacaron un estudio. De ahí se derivó un mapa para hacerle seguimiento a la pobreza extrema, que era unas 70 veces más alta que ahora. No nos debe sorprender, pues los salarios medios estaban destrozados por la tormentosa inflación.
El estudio «Macroeconomics of Populism in Latin America» da el dato: los salarios reales, producto de la política económica de Allende, se derrumbaron 74%. La inflación, como mencionamos anteriormente, alcanzó niveles exorbitados producto de una liquidación total de las reservas internacionales (recorte del 88.7%) y una cuadruplicación de la oferta monetaria para financiar déficits fiscales que rondaron entre el 23% y el 24% del PIB en los últimos años de Allende.
Veremos más a profundidad los indicadores fiscales en secciones posteriores, pero es importante tener presente la relación entre el desorden fiscal y la pobreza. Resulta poco extraño, entonces, que la pobreza fuera tan abyecta y que no por nada el «milagro chileno» merezca su apodo. Al final, el desarrollo económico permitido por administraciones posteriores (tanto pinochetista como democráticas) logró que la pobreza hoy, frente al caos inicial, sea prácticamente nula.
Pasando a la productividad: motor del poder adquisitivo
Chile no es únicamente el país más rico de Latinoamérica, sino el que tiene mayor productividad: puede producir más bienes en menos tiempo. La productividad laboral es necesaria para financiar aumentos en la remuneración de los trabajadores, y en entornos competitivos crecen a la par. Es por esto que los aumentos salariales indiscriminados provocan desempleo y casi toda la literatura económica (aproximadamente 70%) sobre el tema coincide en que son perjudiciales. Más bien, la productividad permite que los trabajadores sean más atractivos y las unidades de producción (empresas) se dispongan a pagar más por sus servicios. Aunque no es el único ingrediente requerido para mejorar la calidad y remuneración del empleo, es un paso necesario. Por eso es que Chile parte de una buena posición teniendo una productividad media de 25.6 US$ por hora trabajada.
Después de Uruguay, Chile tiene la mayor productividad de Latinoamérica y destrona a otros países, como Argentina, México, Costa Rica o Brasil. Si lo comparamos con China, Chile tiene 2.4 veces más productividad laboral, pudiendo hacer más con mucho menos tiempo. Esto es muy conveniente por doble partida, pues los trabajadores chilenos, al ser más productivos, también son más relativamente atractivos. En primer lugar, ello conduce a que los trabajadores puedan exigir remuneraciones más altas a los empleadores, atrayendo pujas por mano de obra mayores. En segundo lugar, al producir más con menos tiempo, los trabajadores chilenos pueden reducir sus jornadas laborales y dejar tiempo liberado. Una liberación de tiempo es vital en la economía, pues permite que la mano de obra se dedique a otras actividades productivas, creativas o al ocio.
¿Por qué la productividad importa? Ejemplo práctico
Para tratar de explicar mejor por qué la productividad importa (y por tanto, lo relevante que es el crecimiento económico) veremos dos ejemplos. Es necesario saber que, indiferentemente del momento, los países con mayor productividad real tienden a trabajar menos horas en promedio. Al decir productividad real nos referimos al valor producido por un trabajador por cada hora que trabajaron, ajustado a la inflación. Que se reduzcan las horas trabajadas es bueno para aumentar la productividad, dado que sobrecargar a un trabajador puede agotarlo y reducir su rendimiento.
Aunque esta es una forma de explicar por qué menos horas de trabajo se relacionan con una mayor productividad, hay otra explicación. Un trabajador puede ser más productivo al recibir más dotaciones de capital (fenómeno conocido como intensificación del capital), especializarse o usar más eficientemente los recursos. Eso puede ocurrir también cuando se dota al trabajador de mejor tecnología o se le capacita mejor, permitiéndole desatar un potencial más alto que antes.
Estas formas de aumentar la productividad desaparecen la necesidad de que el trabajador dedique más horas a producir: la tecnología, el conocimiento, la eficiencia y el capital sustituyen el trabajo. Los trabajadores siguen siendo productivos —y por tanto atractivos—, generan más recursos para elevar su compensación y reducen las horas. Desde 1975, la productividad chilena crece al 2.7% anual, con un ritmo que aumentó llegada la democracia al 3.6%, logro bastante positivo. Solo entre 2006 y 2017 la productividad creció de 18.35 dólares la hora a 25.6 dólares (38.15%). Al mismo tiempo, las horas trabajadas se redujeron 17.09%. ¿Cómo afectó los salarios? Lo explicamos.
Hogares y trabajadores más ricos que nunca, Chile
Hay una corriente de pensamiento que mantiene que el crecimiento económico y la productividad solo benefician a los más ricos a expensas de trabajadores explotados. No hace falta decir que su presencia no solo resuena en Chile, sino también en otros países y es defendida por economistas. Un buen ejemplo son los del Instituto de Política Económica (EPI) en Estados Unidos, que mantienen la creencia de que la productividad está totalmente desconectada de los salarios. Afortunadamente, este no es el caso de los Estados Unidos ni es el caso de Chile, el país analizado aquí. Un paper de los economistas Anna Stansbury y Lawrence Summers encuentra que un incremento del 1% en la productividad produce un aumento del 0.7% en las compensaciones. Porque sí, un gran error cometido comúnmente es hablar de salario y no de remuneración laboral.
Los salarios solo reflejan la compensación netamente monetaria que recibe un trabajador, pero todos sabemos que eso no es lo único que un empleador paga. Se deben tomar en cuenta pagos por horas extra, seguridad social, bonos, vacaciones, pagos en especie, entrenamiento, capacitación y beneficios sociales. De sumar el salario a todo lo anterior, obtenemos las compensaciones laborales, equivalente al valor total pagado al trabajador por sus servicios. Analizándolo así, los incrementos de productividad están fuertemente correlacionados con los pagos, como demostraron los economistas Michael Strain y James Sherk. Al año 2019, la compensación media de un trabajador fue de 15.32 US$ la hora, creciendo más del 120% frente a 1996 (primer año del que se obtuvieron datos). El crecimiento estelar elevó los ingresos de los hogares a los 1.128.000 pesos mensuales a precios de 2017, creciendo 137% desde 1990.
¿Cual es la probabilidad de que te paguen mal en Chile?
Todavía considerando todas las estadísticas verificables que prueban el buen desarrollo en materia de remuneraciones e ingresos, puede ser que haya escepticismo residual. Tal vez —dirán algunos— el desempeño promedio no refleja la realidad de un sector considerable de la fuerza laboral. Queda la posibilidad de que, quizás, las prácticas de pagar mal a los trabajadores se encuentren lo suficientemente extendida como para causar malestar… Y por supuesto, de ahí integrar un vector de descontento que avivase las llamas del estallido social manifestando las prácticas de pagar miserablemente. ¿Hay mérito en este argumento? ¿En realidad es común que a los trabajadores de chilenos se les pague mal? En resumidas cuentas, no. Hay un indicador que mide la probabilidad de pagos bajos, definidos como inferiores a dos tercios del salario promedio. Lo usaremos para determinar la frecuencia de malos pagos en Chile.
Hagamos el ejemplo más intuitivo: si el trabajador promedio recibe 1.183.268 pesos mensuales, estar mal pagado implica recibir menos de 788.057 pesos. Este umbral es equivalente a dos tercios de la compensación promedio, siendo el equivalente en pesos a dólares 10.2 por hora (dos tercios de 15.32 dólares). Aquí entra lo interesante: ¿Cuántos empleados están mal pagados en Chile? El dato exacto es 10.1% del total, la cuarta menor incidencia de pagos bajos en la OCDE, siguiendo a Portugal, Finlandia y Dinamarca. Esto implica que solo 1 de cada 10 trabajadores recibe un pago 35% menor al promedio, definición técnica del low pay. Es inferior al de Colombia (11.74%), Nueva Zelanda (12.09%), Japón (12.32), México (13.32%), Austria (15.14%), Alemania (17.79%) o Reino Unido. Estados Unidos tiene más del doble de probabilidad (24.5%), igual que Canadá (22.01%).
Reverso: la probabilidad de que te paguen bien en Chile
Así como existe una forma de medir la probabilidad de estar mal pagado, hay una contraparte para medir la probabilidad de que te paguen bien. En esa misma línea, alguien puede decir que si bien no es frecuente que te paguen mal, las empresas no brindan suficientes incentivos. Al cobijo de esta perspectiva, el descontento viene porque al carecer de oportunidades para obtener una remuneración superior al promedio tampoco hay chance de crecer. Esa falta de oportunidades, pues, viene a ser otro factor de ebullición para el descontento… ¿Pero acaso está en lo correcto? Otra vez debo responder negativamente. La incidencia de alta remuneración o high pay se define como la porción de la fuerza laboral que recibe pagos 1.5 veces por encima de la media. Por tanto, un trabajador tiene que recibir 50% más compensación que la media para ser «bien pagado».
En términos monetarios, ser bien pagado en Chile según la metodología de este indicador implica recibir 1.774.903 pesos mensuales o 22.99 dólares por hora. Antes de cualquier posible malinterpretación, esos dólares se ajustan a las diferencias de precios entre países. Volviendo a lo que interesa, Chile es el tercer país de la OCDE donde es más probable tener un pago 50% superior a la compensación media. Solo va por detrás de Israel (28.56%) y Portugal (28.02%) pero por delante de Costa Rica (24.55%), México (21.07%), Austria (20.79%) o Alemania (19.13%). Aproximadamente el 27.81% de la fuerza laboral chilena está bien pagada, unos 4 de cada 10 trabajadores del país, una probabilidad bastante buena. Es, concretamente, 10 veces superior a la incidencia de buen pago en Dinamarca o 3 veces superior a la de Canadá.
Explosión alcista del acceso a bienes, otro logro
El aumento paulatino, sostenido y amplio de las compensaciones laborales produjo un enriquecimiento de los hogares chilenos. A esto se le suma el impacto del crecimiento económico, que permitió que los hogares no solo ingresen rentas del salario. Desde el regreso de la democracia, los hogares ingresan rendimientos de activos y los ahorros producto de no arrendar, dos elementos importantes. Primero, los rendimientos de activos son los que más crecieron, pasando de 51.000 pesos por hogar a 138.000 (170% de crecimiento), diversificando las entradas familiares. Aunado a este enriquecimiento, el arriendo imputado libera presupuesto al no tener que pagar alquiler, posibilitando destinar recursos a otros fines valiosos para las familias. Ambos factores combinados hacen que los hogares adquieran más bienes. Esto se manifiesta a través de su consumo real (medido en dólares constantes de 2011 ajustado a la diferencia de precios entre países).
Uno de los argumentos que excusan un cambio de sistema son las expectativas fallidas por cuestiones cruciales para la supervivencia, como la privación de bienes. Eso no aplica para Chile. Chile es con amplio margen de diferencia el país de Latinoamérica con crecimiento más alto en el consumo de hogares. Por año, el gasto en consumo destinado por los hogares creció en Chile al 6.4%, frente al 4.5% de Panamá, 3.17% de Uruguay o el 2% de Perú. El promedio latinoamericano fue del 1.36%, con Brasil, México y Ecuador al fondo (1.25%, 0.94% y 0.88% de crecimiento anual respectivamente). Eso implica que el acceso a bienes creció cinco veces más rápido en Chile que en el resto de Latinoamérica. Antes del estallido y acorde a datos del Banco Mundial, Chile fue el segundo país de la región con más consumo: 9414,77 dólares anuales.
Un titán de crecimiento del consumo en Latinoamérica
Pese a que Chile quedó en segunda posición en el crecimiento del consumo de hogares en términos reales (teniendo en cuenta las diferencias de precios entre países y la inflación), la sección anterior es un abrebocas. Lo más resaltable de Chile en este aspecto no es su posición, sino el enorme desarrollo que tuvo a lo largo de las décadas. Teniendo en cuenta donde comenzó, la extensión del acceso a bienes y servicios por parte de los hogares es el verdadero hito. ¿Por qué? Pues porque como señalamos en la sección anterior, el gasto final de consumo de los hogares creció al 6.4% interanual, una tasa eminentemente superior. Además, solo el 16% del consumo se dirige a comprar alimentos debido a que en Chile, como país desarrollado, una pequeña porción del ingreso basta. Comparando a Chile con la media latinoamericana, la diferencia se hace colosalmente más marcada.
El modelo chileno permitió a las familias aumentar su acceso, en promedio, a 4.7 veces más bienes y servicios por año que el promedio latinoamericano. En la ebullición del estallido, leí que algunos desmeritan este logro asumiendo que es posible a costa de un «enorme endeudamiento». Dentro de la OCDE, Chile es uno de los países con hogares menos endeudados en términos de su ingreso disponible. Todas las obligaciones que requieren pagos futuros con intereses, sean préstamos, hipotecas o créditos de consumidores, alcanza el 73% del ingreso. Puede parecer mucho, pero otros países lo tienen en 76% (República Checa), 79% (Estonia), 95% (Alemania), 114% (Bélgica), 127% (Portugal) o hasta 252% (Dinamarca). Al contrario, Chile se encontraba en una transición financiera donde gracias a ingresos más altos y diversificados, los hogares podían endeudarse más.
¿Pobres más pobres y ricos más ricos? Cuento del pasado
¿A quién no le gustaría salir rápido de la pobreza? Esta idea —la del tiempo que tardas en salir de la pobreza— se enmarca en el concepto de movilidad social. Ya de por sí salir de la pobreza es un logro que Chile consiguió por décadas con éxito indistintamente del umbral de ingresos. Hoy, el país tiene menos pobreza que nunca, una clase media repleta de personas, hogares más ricos que antes y trabajadores mejor pagados que antaño. Para otras personas, el problema es el tiempo al que el sistema te somete a esperar para poder beneficiarte de él. Hay dos formas de medir la movilidad: cuanto tiempo tardan las familias en salir de la pobreza (i) y cuantas personas dejan de ser pobres en el transcurso de su vida (ii). Evaluaremos ambas en dos secciones diferentes, comenzando aquí.
Cuando se trata del tiempo que esperan las familias pobres para llegar a la media de ingresos, Chile se parece a Alemania y Francia. Modelos de la OCDE arrojan que las familias chilenas se demoran seis generaciones en alcanzar la media nacional, lo mismo que ambos países europeos. En el contexto de Latinoamérica, Chile tarda cinco generaciones menos que Colombia (que tarda 80% más años) y tres generaciones menos que Brasil. Efectivamente, la movilidad social así analizada es mayor en Chile que en la India, Hungría y China, igual que en Francia o Alemania, y se aproxima a la de Portugal, Italia, Irlanda, Estados Unidos, Corea del Sur o Reino Unido. Existe, no obstante, otra forma más intuitiva de medir la movilidad social donde Chile destaca más. No trata únicamente del tiempo, sino también de cuantas personas se desplazan.
Chile, el país con más movilidad social de la OCDE
Por allá en septiembre de 2018, la OCDE sacó el libro «A Broken Social Elevator? How to Promote Social Mobility», extremadamente útil. El trabajo muestra las últimas tendencias de movilidad social en países de la organización (incluyendo a Chile) y medidas para promoverla. Anteriormente vimos una forma de movilidad social, la intergeneracional, y vimos el tiempo que tardan las familias en salir de la pobreza. Tenemos otra forma de cuantificar la movilidad social, que evalúa cuantas personas mejoran su situación económica mientras viven, conocida como movilidad intrageneracional. Aquí entra el concepto vital de los pisos pegajosos: personas pobres que siguen en la misma situación socioeconómica al paso de los años. ¿Acaso en Chile los pobres se quedaron atascados? Pues los datos de encuestas realizadas por la OCDE indican que no. Todo lo contrario.
Los últimos datos disponibles contenidos en el informe arrojan que Chile tiene mayor movilidad que toda la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Solo el 33% de las personas pobres permanecen en esa situación luego de cuatro años, menos estancamiento que Israel (35%), Reino Unido (40%) o Japón (42%). Hasta países modelo, como Dinamarca (44%), Corea del Sur (50%), Suiza (56%), Noruega (57%), Dinamarca (58%), Alemania (59%) o Suecia (75%) tienen más estancamiento en los estratos donde se concentran las personas de bajos ingresos. Así pues, en realidad Chile presenta menos «pisos pegajosos» y muchas menos probabilidades de quedarse atascado en la pobreza que en el resto de países. A la inversa, quienes son más ricos tienen menos probabilidades (60%) de seguir siendo ricos que en otros 29 países evaluados. ¿Ricos igualmente ricos y pobres igualmente pobres? Eh, no.
El tercer mayor índice de desarrollo humano en América
En el antebellum a la explosión de 2019, Chile tuvo otra (de tantas) posiciones privilegiadas en su sólido desarrollo humano, métrica insignia de bienestar. Cuando hablamos del índice de desarrollo humano (IDH), hablamos de un indicador que pondera tres dimensiones: vidas largas, buena educación y estándares decentes de vida. Estas dimensiones son encapsuladas por las variables del PIB per cápita (riqueza), esperanza de vida (salud) y años promedio de escolaridad (educación). Una vez obtenidos los datos, se re-escalan, son convertidos a puntajes y finalmente se promedian. El resultado es el IDH, que nos indica qué tan desarrollado es un país basándose en estas dimensiones económicas y sociales de su realidad. Vale la pena decir que Chile alcanzó el tercer índice de desarrollo humano más alto de América, siguiendo a Estados Unidos y Canadá. Dentro de la región no encontró ningún competidor, pues superaba a todos.
Argentina, el segundo país con IDH más alto en la región, tuvo un puntaje de 0.82 frente al 0.84 de Chile, resultando en 2.3% menos desarrollo. Uruguay arrojó un puntaje de 0.8, Costa Rica uno de 0.79 (igual al de Panamá), México uno de 0.77 y Brasil uno de 0.76, empezando a alejarse más. El desarrollo relativo superior de Chile en materias de educación, salud y crecimiento económico permitieron que ostente el tercer IDH más alto del continente. Y si bien se encontró algo lejos de países más desarrollados en el contexto continental y global como Canadá y Estados Unidos, no es un impedimento. Técnicamente, lo que debe desarrollarse Chile para ser como Canadá (0.09 puntos) es lo mismo que deben desarrollarse Perú o Ecuador para ser como Chile. Así que, ciertamente, la diferencia no es tan abismal como puede pensarse.
Avance social de Chile comparado internacionalmente
Asumo que no basta comparar el desarrollo humano de Chile únicamente con países del mismo continente americano porque no proporciona suficientes puntos de referencia. ¿Por qué conformarse solo con un puñado de 18 países cuando tenemos al mundo entero para encontrar países con más, menos o igual desarrollo humano? Partiendo de esta premisa, podemos encontrar naciones que expanden nuestro marco de trabajo y, con ello, hacemos el análisis más interesante. Una forma intuitiva de encontrar el lugar de Chile en el mundo cuando se trata de desarrollo humano es verlo en un mapa. Los datos, al igual que antes, vienen de informes técnicos de la División de Población de las Naciones Unidas (UNDP) realizados anualmente. El año de referencia es 2017 y el mapa viene del economista Max Roser, quien dirige el conocido sitio Ourworldindata.
A medida que un país tiene puntuaciones más altas en el IDH, el territorio que les corresponde en el mapa-mundi adquiere un tono más oscuro. Ubicamos a Chile en el rango de 0.8 a 0.9 puntos, el segundo decil más alto y superior al 77% de los países evaluados globalmente. Este dato implica que Chile llegó a tener un desarrollo humano más alto que tres cuartas partes de los países que reconocidos en el mundo. Eso incluye a todos los países del continente (excluyendo a Canadá y Estados Unidos) y poniéndolo encima de países europeos como Hungría, Rusia o Croacia. La misma categorización lo coloca cerca de otros países como Portugal (0.85 puntos), Andorra (0.86), Grecia (0.87), Italia (0.88) o España (0.89). El impacto del desarrollo humano en Chile hizo que mereciera estar en la categoría de desarrollo «muy alto», entrando en el mundo avanzado.
Vidas más largas, vidas más sanas
Para complementar todos los indicadores de bienestar y desarrollo vistos hasta el momento podemos tomar la esperanza de vida como refracción de la salud. Lo que mide este indicador es el número de años que puede vivir una persona nacida hoy si los factores de mortalidad se mantienen constantes. Dada la propia inercia de su definición estadística, la esperanza de vida tiende a crecer a medida que las cosas que nos pueden matar desaparecen. De ahí se usa comúnmente como una variable eficiente para aproximarse a la situación de salud en un país concreto. En primer lugar, uno de los factores que más influye en la esperanza de vida es el ingreso per cápita de un país. Las economías ricas son lo suficientemente potentes para generar los recursos necesarios para atender enfermedades a nivel sanitario y construir infraestructura para controlar endemias.
Financiar hospitales o clínicas, sistema de tratado de aguas, aseo público, manipulación de residuos, control de plagas y provisión constante de electricidad requiere de recursos. Del mismo modo, cosas básicas como comer lo suficiente para no morir por deficiencia de insumos proteico-energéticos influyen en la esperanza de vida. Exactamente por estas cuestiones es que la esperanza de vida se correlaciona tanto con la riqueza (necesaria, pero no suficiente) como con otros factores. Dichos factores los abarcaremos en la sección siguiente de este artículo. ¿Cómo le va a Chile en materia de esperanza de vida? ¿Los chilenos tienen vidas más largas y saludables? Entre 1975 y 2019, los chilenos ganaron 17.9 años de vida y hoy tienen la esperanza de vida más alta de Sudamérica. A 2019 un recién nacido en Chile podía vivir hasta los 80.3 años.
Posición mundial de Chile en la esperanza de vida
Los años de vida que un chileno nacido en 2019 tenía por delante no son triviales, porque superan la propia esperanza de vida estadounidense. Se espera que, en promedio, los chilenos vivan un 1.3 años más que los estadounidenses (78.9 años) o 1.3 años más que los estonios (78.7 años). Las implicaciones de tener una esperanza de vida sintonizada con la del mundo desarrollado hacen que sea menester ver el lugar de Chile en el escenario internacional. Datos del Euromonitor encuentran que la esperanza de vida se relaciona íntimamente con el acceso a agua potable e instalaciones de saneamiento mejoradas. Lo último se refiere a sistemas de alcantarillado, tanques sépticos, inodoros y todo lo que sirva para aislar nuestros desechos biológicos de nosotros. Como la correlación es muy alta, más esperanza de vida refracta mejores condiciones sanitarias y vidas más libres de dolencias, enfermedades y padecimientos.
Un histograma publicado en el Reporte de Competitividad Global 2014 – 2015 que ordena a los países por esperanza de vida nos enseña algo interesante. Si dividiéramos al mundo en cuatro partes de 36 países cada una, Chile pertenecería a la primera parte que más tiene esperanza de vida. Verbigracia, el ahora convulso país latinoamericano poseyó condiciones de baja mortalidad similares a los de Taiwán o Dinamarca, que lo superaban solo por pocos meses. Las estadísticas más recientes indican que para alcanzar la esperanza de vida danesa, Chile debe aumentar la suya en siete meses. En caso de que quisiera llegar a la de Reino Unido o Alemania, le corresponde incrementar su esperanza de vida un año y dos meses. El país desarrollado más cercano es Taiwán, que supera a Chile por la diferencia marginal de tres meses y dos semanas.
¿Desarrollo con sacrificio de la posición fiscal? Tampoco
Normalmente a los progresistas no les importa degradar las finanzas públicas con tal de financiar el gasto público «necesario» para tener «desarrollo social». Acaso si no fuera esta la opción que escogen, no les tiembla el pulso en devaluar la moneda para cubrir abultados déficits y financiar gasto. Tanto es así que hay una teoría económica dedicada a justificar esto —la MMT—. Chile fue afortunado porque la mayor parte de su desarrollo se produjo gracias al crecimiento económico, de tal suerte que tuvo un desempeño semiorgánico. Para alcanzar todos sus logros, no fue necesario ni depreciar la moneda mediante la emisión, ni recurrir a un endeudamiento feroz o comprometer su solvencia. Podemos ver que para 2019, el ratio de deuda sobre el producto interno bruto acabó siendo menor que el de economías subdesarrolladas o vecinas. Sin duda, otro factor para celebrar.
Observarás que la carga de deuda pública chilena es mucho menor que la de economías emergentes similares a Chile o que la deuda promedio regional. En 2019, cuando ocurrió el estallido, la deuda pública de Chile pesó 27.5% del PIB; tres veces menos que la de Suramérica (78.1%). Contrapuesta a la deuda de otras economías emergentes, la deuda pública chilena pesa apenas la mitad, y ni hablar si se compara con economías avanzadas. Si no es suficiente, resulta que la deuda chilena no solo es actualmente muy inferior, sino que desde principios de milenio creció mucho menos. Mientras que la deuda pública promedio de Suramérica creció 28.2 puntos entre el año 2000 y 2019, la deuda de Chile subió solo 14.3 puntos. Estos datos no son los únicos que reflejan una buena posición fiscal, apenas comenzamos a ver luz sobre sus admirables finanzas públicas.
732 millones de dólares anuales en superávits
Es importante saber que el bajo endeudamiento comparativo de Chile no siempre estuvo en ese lugar; recordemos de donde partió el «milagro». Entre 1970 y 1973, el gobierno socialista de Salvador Allende produjo enormes déficits fiscales (que se monetizaron y acabaron por destartalar el poder adquisitivo). Aquellos desfases entre los ingresos gubernamentales y el gasto público promediaron el 34.73% de la recaudación total, llegando a un máximo del 57.3% en 1972. Los déficits cargaron un peso insoportable sobre las reservas internacionales, representando un promedio del 87.73% de su valor entre esos años. De nuevo, 1972 terminó por laurearse como el peor año porque en ese momento el déficit fiscal significó el 170.9% de las reservas. En total, los déficits fiscales fueron de 17.725 millones de dólares a precios actuales solo en cuatro años.
La presión que ejercieron los déficits fiscales sobre los recursos públicos (reservas internacionales e ingresos fiscales) fue casi inigualable en su tipo. Esto explica por qué el gobierno allendista combinó una aniquilación de reservas, desembolsos de fondos ahorrados e inflación para hacerle frente al desastre naciente. Y como es obvio, demuestra la importancia de mantener finanzas públicas sanas y no anteponer ideales meramente simbólicos. Pero a partir de 1975 se reordenó la situación fiscal y aunque hubo un shock externo provocado por la crisis latinoamericana de deuda, Chile logró sanearse al final. En promedio, los balances de Chile obtenidos entre 1975 y 2019 fueron de 731.8 millones de dólares por año (3.2% del ingreso gubernamental). Sopesando el hecho de que Chile lleva 10 años en déficit, los superávits históricos fueron 45.2% más altos, proporcionando equilibrio.
Chile, más solvente y saneado que nunca
Naturalmente, la acumulación de superávits fiscales tuvo como resultado un endeudamiento bajo en comparación a países vecinos así como una buena situación financiera. Si bien los déficits fiscales regresaron y por tanto la deuda también, sigue siendo mucho más bajo visto en comparación con otros países… Y también comparando con momentos anteriores en la propia historia de Chile. Puede decirse que, en realidad, Chile nunca había sido tan solvente —analizando la carga de la deuda pública— como en la época contemporánea. Igualmente, Chile nunca había tenido tantas reservas internacionales (fundamentales para mantener en buena posición su sector externo) como ahora. Los datos provenientes de la base de datos «Public Finances in Modern History» empalmados con la clásica «Fiscal Monitor» muestran esto. Por ejemplo, en 1974 la deuda pública llegó al 986% de las reservas mientras que hoy es del 193.8%, cinco veces menos.
Viendo los peores momentos de la época de Allende, la deuda llegó al 184.7% de las exportaciones y el 104% de los ingresos fiscales. Menos de una década después, la crisis latinoamericana de deuda causó que se disparase al 323.5% de las exportaciones y el 343.5% de los ingresos. Las finanzas estaban en una peor posición relativa —pero sin la inflación— y rápidamente la situación se llevó a la normalidad en el «segundo milagro». Si elaboramos un índice que mide la dificultad de pago dependiendo del peso de la deuda sobre el promedio de recursos (PIB, reservas, exportaciones e ingreso), veremos que la presión hoy es mucho menor que en los años de crisis. Concretamente, es 66% menor que en 1986 (peor momento de la crisis de deuda) y 62.28% más baja que en 1974.
Pasando de la solvencia a la calidad crediticia
Tener una menor deuda pública en relación a los ingresos fiscales, las exportaciones, las reservas internacionales y el PIB tuvo un impacto positivo más profundo. La solvencia y las finanzas públicas limpias son el factor decisivo para obtener buen crédito, y de ahí entrar a los mercados internacionales. Suele infravalorarse este atributo crucial para atraer inversiones del exterior, dependiente de las expectativas de los inversores (como nos muestra el reciente caso de Ecuador). Pero vamos por partes, porque hay algo de tela que cortar. Las buenas calificaciones de crédito se asocian con diferenciales más pequeños en el interés, algo de lo que Chile gozaba. Para resumir, los países con brechas más cortas pueden vender sus títulos de deuda pagando menos intereses, haciendo que endeudarse no sea tan costoso. Esta es una característica que no debe despreciarse, dado que tiene un beneficio por triple partida.
Básicamente, los márgenes diferenciales (o credit spread) se definen como la diferencia entre los intereses ofrecidos por la deuda soberana de nuestros países y la deuda de Estados Unidos. Márgenes más largos implican que países como Chile, Ecuador, Venezuela, Argentina u otros ofertan más intereses que Estados Unidos para hacer su deuda suficientemente atractiva. No creo que sea necesario aclarar que aumentar los intereses encarece el endeudamiento. En segundo lugar, tener mayores márgenes puede perjudicar la posición fiscal a largo plazo (porque debe gastarse más en pagar a los acreedores). En 2017, Chile fue el país con menores márgenes de Latinoamérica, con 110 puntos base. Esto es 26.6% menos que Uruguay, 35.2% menos que Colombia, 56% menos que México, 68.5% menos que Argentina o 75% menos que Ecuador en ese año.
¿Cuan bueno es el crédito de Chile? Perspectiva global
Los países con mejor calificación crediticia pueden vender su deuda y atraer capital sin necesidad de terminar en un escenario tan fangoso como el descrito. Adicionalmente (aquí entra el tercer factor) pueden conseguir inversiones con más facilidad que otros países porque la calificación es uno de los fundamentos del atractivo. Las ventajas no terminan ahí. La calidad del crédito contiene información económica valiosa no solo vinculada con el riesgo de impago, sino de expropiaciones o aumentos de impuestos. Un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo compila evidencia de que el riesgo de la deuda soberana tiene «efectos generalizados» sobre las empresas para conseguir financiamiento en los mercados internacionales. Conectando los puntos de la relevancia del buen crédito, no es extraño conseguir estudios concluyendo que una mejor calificación crediticia contribuye al crecimiento económico.
Otro estudio hecho por economistas de la Universidad Nacional de Chengchi (Taiwán) proporciona datos exactos sobre esta contribución. Una mejora en la calificación aumenta el crecimiento económico en un 0.6% en los próximos cinco años, mientras que las rebajas causan contracciones del 0.3%. El marco teórico atribuye la relación positiva crédito-crecimiento al flujo de capitales, finalmente asociado estadísticamente con la calidad. ¿Chile goza de un buen crédito para obtener ventajas y protegerse de las penurias que padecen otros países cercanos, como Argentina o Venezuela? Respuesta corta: sí. Su calificación es similar a la de Bélgica, Corea del Sur y Japón, así como superior a la de Estonia (0.65%), Catar (0.78%), Irlanda (7.2%) o Arabia Saudí (8.1%). No digamos ya que es superior a la de cualquier otro país latinoamericano, a los que supera también en estabilidad y dinámicas de deuda. Y con creces, por cierto.
Estabilidad, buen manejo de deuda y buen crédito
Explicado ya el tema del crédito chileno, el por qué tiene bajos márgenes diferenciales y cuál es su importancia, me faltó adicionar dos cosas. Hay dos variables que me faltó explicar con más detenimiento pero resultan importantes aquí: las dinámicas de deuda (debt dynamics) y la estabilidad macroeconómica. El primer indicador forma parte de los nuevos agregados conseguidos en el Reporte de Competitividad Global 2019 del Foro Económico Mundial. Como tal, es un índice que captura la sostenibilidad de la deuda midiendo su cambio interanual pero tomando en cuenta el nivel de desarrollo de la economía en cuestión y la calificación crediticia del país. Mientras menos cambie el nivel de deuda (i) en condiciones económicas favorables (ii) y con buena calificación crediticia (iii), mejores dinámicas tiene. Por tanto, es un indicador más objetivo para evaluar la sostenibilidad de la deuda de un país dado que captura más dimensiones del endeudamiento.
Al revisar los datos de la gráfica anterior, veremos que Chile tiene el máximo puntaje de 100 y tiene más sostenibilidad que países desarrollados. Japón, por ejemplo, tiene un puntaje de 89.79 (11.37% menos sostenible), España tiene otro de 80 (20% menos sostenible) e Italia uno de 69.33 (30.6% menos). Con leve diferencia, Chile tuvo una deuda más sostenible que la de Francia (0.3% más manejable) y los mismísimos Estados Unidos (0.5% más). La privilegiada posición del país andino lo configura como el de deuda más sostenible de Latinoamérica y tiene una diferencia lejana de sus vecinos. Ahora, el indicador de estabilidad macroeconómica es un índice ponderado incluido en otras versiones, pero que actualmente considera la inflación y las debt dynamics. Considerando ambos indicadores, Chile es más estable que China (1%), México (2%), Japón (5.2%), Panamá (11.1%) o Italia (17.6%). Esta última revisión complementa las visiones sobre su fortaleza antaña.
Competitividad (o capacidad de los países para prosperar)
Por lo general, me gusta usar un indicador que refleja la probabilidad de que los países tengan las condiciones que conducen a la prosperidad. El Índice de Competitividad Global es usado, en su sentido técnico, para evaluar los factores que determinan los niveles de productividad en una economía. Partiendo de ahí, el indicador es un buen predictor en cualquiera de sus ediciones (tanto antes como después del cambio metodológico) de variables de bienestar. Es tan poderoso que, como lo mencioné en un artículo anterior sobre Taiwán, existen estudios que identifican la competitividad con la resistencia a las crisis. En momentos de cataclismos económicos generalizados (como la recesión de 2008), los países más competitivos tuvieron contracciones menores que los menos competitivos. Si a eso le añades que los países más competitivos se vuelven increíblemente ricos en pocas décadas, resulta oportuno la posición de Chile aquí.
Comparando a Chile con otras ligas (es decir, países no–latinoamericanos), su competitividad puede llegar a sorprendernos. Para empezar, en 2019 entró en el 25% de economías más competitivas del mundo: el primer cuartil de países con más capacidad para brindar prosperidad a sus habitantes. Esta condición le permitió ubicarse por delante de Portugal, Arabia Saudí, Polonia, Lituania, Rusia, Hungría, Grecia, la India o Georgia. ¿Por cuánto los superaba? A Portugal la adelantó por 0.1 puntos, a Arabia Saudí por 0.5, a Polonia por 1.6, a Lituania por 2.1 puntos, a la potencia de Rusia por 5.4 y a Hungría por 5.4. Pasando a términos porcentuales, a Grecia la superó por 12.61%, a la India por 14.82% y, finalmente, a Georgia la pasó por 16.33%. Analizando el ranking de ese año, su competitividad era similar al de Estonia o Chequia.
Potencial económico de Chile comparado con sus vecinos
Ahondando un poco más en este índice, conviene definir sucintamente cuáles son sus componentes para entender con más precisión lo que implica. Metodológicamente, el índice captura 103 indicadores de 12 áreas o pilares vinculadas con la prosperidad. Dichos pilares son las instituciones, la infraestructura, la adopción de tecnologías de la comunicación, la estabilidad macroeconómica, las habilidades y el capital humano, el mercado de productos, el mercado laboral, el sistema financiero, el tamaño de mercado, el dinamismo empresarial y la capacidad de innovación. Puedes ver detalladamente cada uno de los componentes aquí, pero van desde el crimen organizado y la transparencia hasta los gastos en investigación. Entendiendo que todo lo anterior puede reflejar el potencial económico de un país (respaldado por hallazgos empíricos), es pertinente saber algo. ¿Cuál es la ventaja relativa que tiene Chile respecto de otros países de la región? Vamos a verlo.
Con una sustancial diferencia muy apreciable, Chile supera a México (país más cercano) por 5.6 puntos, o una brecha del 8.62%. Luego de México supera a Uruguay (7 puntos), Colombia (7.8 puntos), Costa Rica (8.5 puntos), Perú (8.8 puntos), Panamá (8.9 puntos) y Brasil (9.6 puntos). A la cola de Latinoamérica se hallan Argentina y Ecuador, a los que Chile rebasa por amplio margen: 13.3 puntos (23.5%) y 14.8 puntos (26.5%) respectivamente. Venezuela no se incluyó por obvios motivos, sépase, que está entre los últimos lugares a nivel global, no vale la pena comparar. La delicada situación del —en otros tiempos— país latinoamericano más rico del mundo desvirtúa el análisis porque no brinda un buen punto de referencia. Al margen de ello, ver la competitividad de Chile dentro del contexto regional nos ayuda a ver su privilegiado potencial que aturde a Latinoamérica.
De la competitividad al atractivo: ¿Chile retiene talento?
Como medida última y más desarrollada para completar nuestro panorama de Chile tenemos un indicador que refleja el flujo de talento, tanto saliente como entrante. Puede ser que después de todo lo visto en este trabajo, queden consideraciones reactivas y dudosas sobre las condiciones que ofrece Chile para desarrollarse. Quizás, uno de los motivantes del descontento generalizado sea la falta de oportunidades persistente dentro del país, lo que se refleja en el brain drain. Aquellas sociedades donde el talento no puede afinarse, no es bien remunerado y no puede ser puesto en práctica no atraen cerebros en lo absoluto. Lo que es más, ese tipo de sociedades donde las oportunidades escasean tienden a espantar el talento que aún pervive entre la sociedad. Veamos cuáles eran las condiciones de Chile para atraer y retener talento hace algunos años.
En la edición 2012/2013 del Reporte de Competitividad Global del Foro Económico Mundial apareció por primera vez este dato. Por aquel entonces, Chile obtuvo un puntaje de 5 en la escala de 7, pudiendo retener más talento que varios países desarrollados. Nada que envidiarle al primer mundo. Países como Luxemburgo (4.9), Corea del Sur (4.8), Bélgica (4.7), Islandia (4.6), Taiwán (4.5), Australia (4.4), Dinamarca (4.1) o Nueva Zelanda recibieron puntajes menores. Esto implica que exhibieron una capacidad más baja para evitar la fuga de cerebros y atraer más capital humano valioso. Las percepciones de líderes gremiales, sindicales, cámaras comerciales, empresarios y economistas indicaron —después de escalarse en un índice— que en esos países era más difícil retener y atraer gente talentosa. Si este indicador no le convence, sea por el tiempo que pasó desde 2013 o porque es muy blando, veamos otros.
Talento e innovación en Chile comparados globalmente
Un tiempo después y cambiando la metodología, el Reporte de Competitividad Global 2017–2018 desdobló la fuga de talento en dos. Hicieron un indicador exclusivamente para evaluar la retención de talentos y otro exclusivamente para medir la atracción de talentos. En el primer caso, consultaron la frecuencia con la que el talento se iba para perseguir oportunidades afuera o si, en cambio, las buscaba adentro. Para el segundo caso, trataron de medir qué tanto el país atrajo talento del exterior, tratando de evaluar si las mentes más brillantes entraron constantemente. Como es difícil (si no imposible) tratar de volver esto una métrica, pidieron a quienes buscan talento (empresarios) que lo señalaran, creando un proxy. ¿Los resultados? Chile tiene más capacidad para atraer talento que Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Costa Rica, Corea del Sur o Estonia.
De igual forma, Chile mostró más capacidad para retener talento que Canadá, Islandia, Suecia, Irlanda, Dinamarca, Nueva Zelanda, Australia, Corea del Sur o Japón. Esto es entendible porque en el contexto regional, Chile es un imán de capital humano entrante desde sus países vecinos. Costa Rica, el país más cercano a Chile del subcontinente, tiene 9% menos capacidad de atracción, Panamá 9.8% menos y Brasil 24.4% menos. Una de las posibles formas en las que esta fuerte capacidad para importar talento externo y mantener el propio es la innovación. Tenemos un componente del Global Talent Competitiveness Index que nos puede dar indicios sobre ello. Chile es el segundo país del planeta con más nuevas empresas ofreciendo productos disruptivos (47.58%), superando a Dinamarca (46.34%), Canadá (41.3%) y Estados Unidos (33.99%).
¿Cómo Chile llegó a ser el mejor país de Latinoamérica?
La interrogante que plantea el artículo en su título fue respondida en las 30 secciones que lo integran y constatando los logros con evidencia. Sabemos cómo evolucionó Chile, por qué cada uno de sus logros importa y que Chile estaba en el mejor punto de su propia historia. Y claro, no faltaron las dudas razonables de cuáles son algunos cambios que pueden desencadenarse con la reconfiguración institucional que experimenta ahora. Aun con todo, hay una segunda gran pregunta que quedó enterrada, silenciosa y subyacente: ¿Cómo Chile llegó al punto en donde estaba? Cuenta la leyenda que fue un grupo de economistas chilenos influidos académicamente por el mismísimo Milton Friedman quienes obraron el milagro. El grupo fue integrado por 15 economistas que obtuvieron cargos en la dictadura de Augusto Pinochet y aplicaron su conocimiento para «salvar» a Chile del desastre que vivía desde 1971.
El modelo establecido por los «chicago boys» es exactamente ese que recibió duras arremetidas por la izquierda y es tildado de ultraliberal por sectores opositores. Indistintamente de quien mire, es innegable que influyó decisivamente en el Chile post–1975 y viendo críticas de la época, reconocieron que su huella sería difícilmente borrable y tal cual, necesitaron una Asamblea Constituyente para ello. Este modelo creó el Estado subsidiario que, en principio, adquirió funciones mínimas y hoy día sus principales enfoques constan en atender la población vulnerable. Con sus matices, ciertamente el modelo se diferencia mucho de la perspectiva actual que lo acusa de quitar totalmente al Estado y «desproteger» al pueblo. Si vemos el mapa de la pobreza que comentamos antes, fue Miguel Kast Rist, uno de los boys, quien coordinó la evaluación de la población vulnerable y medidas para atenderla.
Las medidas que los Chicago Boys recomendaron
Con mucha razón este grupo de economistas dista de ser ultraliberal. En la perspectiva de economistas más radicales como Murray Rothbard, Milton Friedman —maestro intelectual de los boys— era un estatista del montón. Pero aunque no pretendieron anular la atención social del Estado, si redujeron al Leviatán lo suficiente como para reordenar las finanzas públicas. Del mismo modo, recomendaron al gobierno militar medidas para liberar los mercados, bajar la desconfianza, afianzar la certidumbre y abrir la economía al mundo.
Todas las medidas fueron recogidas en un documento llamado «El Ladrillo», que construyó las bases de las reformas económicas llevadas a cabo en Chile. El fundamento consistía en tener una economía descentralizada para aprovechar los recursos al máximo y elevar las tasas de crecimiento extremadamente deficientes anteriormente. A fines de lograr este objetivo, las medidas principales fueron:
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- Utilizar el mercado para asignar eficientemente los recursos.
- Focalizar y limitar las funciones del Estado a un rol subsidiario (promover condiciones esenciales para que cada quien salga adelante por sí mismo).
- Creación y desarrollo de instituciones intermedias entre el Estado y el individuo.
- Simplificación de la burocracia estatal.
- Conceder independencia administrativa a las unidades económicas (empresas, cooperativas, asociaciones, etc.) para desestatizar la economía.
- Desmantelar controles cambiarios para acabar con la distorsión de incentivos que propició caos en el sector externo.
- Rebajar los aranceles del 105% al 30% y colocarlos en una tarifa plana para todos los productos, evitando problemas en los precios relativos.
- Abolir las prohibiciones de importación (sí, en ese momento Chile no podía importar más de 3.000 productos de los 5.125 registrados).
- Liquidar y privatizar las empresas estatales (gran mayoría) con déficits presupuestarios.
- Reducir la emisión monetaria para bajar la inflación.
- Estabilizar el marco institucional y reducir los abultados impuestos.
La increíble expansión de la libertad económica en Chile
Conforme se implementaron las medidas sugeridas (que incluyen pero no se limitan a las principales descritas) por los chicago boys, la libertad económica surgió. De forma conveniente para nosotros, al mismo tiempo que las reformas se aplicaban apareció la primera versión del Índice de Libertad Económica. La edición original (desconocida para la vasta mayoría de liberales y libertarios) fue elaborada por James Gwartney, Robert Lawson y el austríaco Walter Block. Eso no implica que faltaran los debates para determinarse ni la investigación de otros colegas. Como sucede con proyectos colectivos de su talante, el desarrollo duró años —concretamente desde 1984 hasta 1994— y requirió un esfuerzo aunado de economistas de todas las escuelas de pensamiento económico, como Milton Friedman, Ronald Jones, Alan Stockman, Stephen Easton y Alvin Rabushka, quien definió la libertad económica y sus atributos.
Cuando comenzaron las reformas económicas en 1975, solo 7 economías tenían menos libertad económica que Chile, dejándolo al fondo. La economía se caracterizó por tener inestabilidad monetaria, hiperinflación, amplios gastos del gobierno y restricciones en transacciones internacionales. Nada que no sepamos. Sin embargo, las reformas propiciaron el salto en libertad económica más alto visto en aquel entonces; el más alto del mundo registrado hasta la fecha. ‘‘Entre 1975 y 1995, la calificación saltó de 2.8 a 5.7, el mayor aumento entre los países de nuestro informe’’ describen los autores. Factores que influyeron dentro de las reformas fue la legalización de cuentas bancarias en el exterior, privatizaciones, disminución del gasto y control inflacionario. Igualmente incidieron las disminuciones masivas de impuestos, haciendo que Chile diera el salto necesario para el progreso. Incluso se desempeñó mejor que Nueva Zelanda, país que atravesó un proceso similar.